Ayer ganó las elecciones en Uruguay más la igualdad que la libertad. Aunque venía gobernando el Gobierno de la libertad, su calidad había disminuido claramente en todos los campos, tanto como había aumentado la pobreza y la indigencia desde que el Frente Amplio tuviera que abandonar el poder. Delgado, el candidato del Partido Nacional había hecho una campaña de confrontación y de lejanía hacía el necesario diálogo, algo que quiso corregir en el último momento, pero tarde. En su felicitación el frenteamplista Orsi, afirmó que “una cosa es perder las elecciones y otra salir derrotados”. Bueno, las perdió por sí mismo y porque lo derrotó el Frente Amplio.
Gracias al deseo de una precisión un tanto bizarra, Delgado perdió dos veces en una. Felicitar con matices es tener mal perder, es poner en duda la victoria del otro, algo necesario en la contienda electoral que vive de la legalidad, sí, y de la legitimidad, por supuesto. Ríos, de Cabildo Abierto, ya le lanzó a Delgado la primera embajada: seguiremos juntos mientras haya proyecto común.
Yamandú Orsi, es el presidente elegido por mayoría. Así es en democracia. Su predisposición al diálogo abierto con la sociedad fue, desde el principio de su candidatura, su lema para la gobernanza. Lo que ahora resta, a partir de marzo que asuma, es que no defraude a propios ni a extraños, y hay dos elementos fundamentales que debe manejar si desea gobernar para todos: la pobreza, junto a la criminalidad, y la vida diaria de las clases medias y trabajadoras. Si hace dos años todavía me decían “podemos vivir, pero no podemos ahorrar”, son cada vez más las personas que llegan a fin de mes con dificultades o más. La pobreza escaló niveles desconocidos durante la gobernanza de Lacalle Pou, lo que indica la diferencia de su política respecto a los partidos que se autodenominan de la libertad.
En esa dirección conviene rescatar de la efímera realidad que crean los periódicos a la señora Merkel, su amor por la libertad y la hagiografía publicada por un diario de Madrid con ocasión de la publicación en España de sus memorias, un tanto nebulosas si atendemos a las respuestas de la citada entrevista.
La dra. Merkel llegó a la cancillería de un país libre y en libertad, y en esa situación solo había que cuidarla, lo que evidentemente no sucedió. Empecemos por el escándalo de la Agencia Federal para la Defensa de la Constitución, bajo autoridad de su ministro de Interior, Seehofer.
Si tomamos en contexto ese uso de la palabra libertad que hace la señora Merkel vamos a tener que encontrarnos mucho más con el neoliberalismo que con un liberalismo incluso conservador. La pobreza aumentó en Alemania durante todos los años de Merkel, excepto al final de su mandato, y antes de la pandemia: pobreza en los niños, en los viejos y en los salarios: aumentó la pobreza de las personas que tienen trabajo. Disminuyó, y no solo no aumentó, la igualdad y la cuota de participación de las mujeres en los parlamentos de Alemania. La cuota para mujeres en las empresas privadas fue desactivada con la firma de von der Leyen, y bajo la supervisión de Merkel.
Merkel, que era cancillera desde 2005, se despidió con una Europa cuya península de Crimea había sido ocupada por Rusia en 2014. Ella fue el resumen del austericidio, algo que se podría muy bien comprender desde una perspectiva neocolonialista, en realidad. Merkel usa la palabra libertad como si faltara donde ya la había y ella potenció la libertad de hacer negocios.
Cometió errores intensos en política interior, como impedir que Joachim Gauck, un activista por los Derechos Civiles en la Alemania comunista, cuyo padre había sido enviado al gulag, fuera presidente federal, para lo cual sacrificó a su delfín, el señor Wulff, del que se discutió enormemente sobre su idoneidad para el cargo. Finalmente, tras la dimisión de quien había abandonado su cargo como ministro presidente de Baja Sajonia para seguirla, Joachim Gauck fue aceptado por Merkel y nombrado por la Asamblea Federal.
No hay libertad sin igualdad, no hay libertad en pobreza, y el concepto de libertad de capitales como superior al de la igualdad para que las personas no sufran pobreza no resulta aceptable, en mi opinión. La igualdad y un Estado social era la carta de identidad de la Alemania no comunista durante toda la guerra fría, hasta que cayó el Muro de Berlín. Algo de los que se dolían notables políticos demócrata cristianos como el señor Blüm o el señor Geißler A partir de ese momento hubo que haber cuidado tanto de la libertad, por cierto “ya conseguida”, como de la igualdad que empezaba a verse como un hecho comunista, sin serlo. ¿O fue la Francia de 1789 comunista?
La era Merkel, en la que Olaf Schultz fue vicecanciller y siguió como canciller después de Merkel, en realidad continuó en no pocas cosas. El desastre de Fukushima hizo a Merkel desmantelar las centrales nucleares, por ejemplo. La situación actual de miseria en las infraestructuras del país, empezando por los ferrocarriles, se debe a decisiones como el nombramiento de Mehdorn para presidirlos y dedicarlos al negocio bursátil, mucho más que al mantenimiento y actualización de toda su red.
“Libertad, hermosa bandera, desgarrada pero erguida, se abre paso como el trueno…”, ¿contra quién?
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