Es frecuente escuchar expresiones del tipo "ser libre como el viento" o "libre como un pájaro". Pero el viento no elige dónde va. Ni el pájaro ha pensado si es mejor otro bosque, ni si migra o se queda. No existe libertad para lo que no vive. Tampoco si el instinto decide cómo y cuándo.
La libertad es un fenómeno que no es enteramente humano, pero sí muy humano. La libertad es una decisión. Por eso, nos asusta. Por eso, nos obliga.
Muchos de los momentos más difíciles son aquellos en los que nos toca decidir. Qué partido tomar, hacia dónde seguir dando los pasos, qué ocasiones perder, en quién ya no verter más nuestro tiempo...
Por eso a veces preferimos que nos marquen el cauce, rendirnos a lo cómodo de un camino pautado, aunque llevemos máscaras de quejas. Cuanto más se abre el abanico, más amplia es la inquietud, más duro es decantarse.
¿Y qué decir de cuando nos pensamos libérrimos, solo porque ignoramos nuestras claras cadenas? Por tomar decisiones que nos ponen grilletes. Por insistirnos en que no nos pasa, que eso es cosa de otros.
Puede que solo sea libre el que puede escoger su cárcel, quien desecha otros yugos, para arar con los propios; lejos de las quimeras libertarias o el desenfreno del libertinaje.