Mi calle no me lleva, mi casa no me limita. Juan Ramón Jiménez
Vaya “guantá” sin manos nos ha dado la realidad, ¿verdad? Insisto y le doy vueltas a la idea de que se trata de una gran cura de humildad. Así quiero creerlo para aferrarme a la idea de que todo es aprendizaje. Mi padre, maravilloso agorero donde los haya, siempre ha sentenciado que nuestro sistema de vida haría aguas por algún sitio. Nunca se equivoca, es lo malo. Por eso cuando sienta cátedra nadie le tose, porque acierta siempre y da mucho miedo. Y estos días una constante se repite en mi interior, como un mantra. Imagino que a ustedes también les ocurre. Es recurrir a lo esencial, permanecer en lo importante. Ir al supermercado lo esencial, una vez a la semana. Comprar lo esencial, lo que es necesario sin banalidades. Comer lo esencial, para no acumular calorías dañinas y hacer ejercicio en casa, pues es lo esencial para no perder el juicio. Leer libros y ver películas esenciales. A nosotros, los docentes, se nos insiste en teletrabajar con el alumnado lo esencial para que no olviden conceptos, los contenidos esenciales. También mantener el contacto con las personas esenciales, importantes, imprescindibles o cercanas aunque estén a kilómetros. Reducir nuestra existencia a las cuatro paredes esenciales, también, que nos protegen de los que hay fuera. Y fíjense que ha bajado el consumo de ropa, de cosméticos, de bisutería, de joyería, de todo lo que tiene que ver con la vida hacia afuera. ¿No les parece curioso? No podíamos solos, no sabíamos. Y también algo o alguien debe imponernos su ley a base de miedo a la pérdida para reaccionar. Esta repentina conexión con el interior de cada uno, de cada casa. Esta introspección que se nos impone y que nos obliga a meditar sobre qué somos, qué queremos y qué deseamos. Ahora, cuando echamos de menos tanto, somos realmente conscientes de que solo deseamos libertad para elegir, acostumbrados a la rutinas salvadoras (bellas palabras las del Papa Francisco hace un par de tardes ante una Roma vacía y vaciada). Hemos crecido y nos hemos educado con el derecho adquirido, puro privilegio, de tener opciones, posibilidades de elegir, de permanecer dentro o fuera, según nuestra voluntad. Y estamos en punto muerto, creo que lo saben igual que yo, ¿no? Y sí, a servidora también le estresan los grupos de Whatsapp con actividades del colegio de los hijos, la cantidad ingente de memes buscando frivolizar el desastre, los vídeos caseros de momentos de gloria de unos y otras, mis propios vídeos caseros sin pena ni gloria, también, y este oportunismo viral contagioso. Por eso apago el móvil, y lo enciendo un par de veces al día para no volverme loca o morir ahogada en un océano de ruido y es que estas “vacaciones forzosas” como dice un compañero de este medio, no lo son en absoluto. Tomémoslo como una tregua para reconocer, a ver si somos capaces, lo verdaderamente esencial.
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