Hace un año que alcé la voz por primera vez desde este espacio de libertad y, con el pensamiento gráfico de Daniel Diosdado, puse el dedo en la llaga de las vallas fronterizas que acuchillan la desesperación y el hambre de hombres y mujeres inocentes. Sabía que La Voz no sería plato del gusto de quienes se consideran únicos cocineros de los acontecimientos que configuran la opinión pública, ni de quienes les dictan el menú del día que tienen que tapiñarse sin rechistar. Comprendí entonces la necesidad de respaldar este proyecto, que ya navega por los océanos del nuevo periodismo transmedia ofreciendo sus páginas virtuales a quienes quieran aventurarse a cuestionar las verdades oficiales y conocer otras aristas de la realidad.
El periodismo no existe si no es honesto, como el amor no crece sin el abono de la pasión. El viejo periodismo ya es incapaz de emocionarse buscando las noticias y sus porqués. Entre otras razones, porque depende en exceso de la consigna de buscar lectores para los anunciantes y de proteger el interés de estos frente al de la propia noticia, algo que resulta letal para la libertad de expresión cuando los mayores clientes son las propias instituciones públicas. Es ahí cuando el periodismo desaparece y se convierte en relaciones públicas. Frente a esa realidad, el objetivo de La Voz, y la misión de la empresa que sustenta este proyecto, es contar a sus lectores lo que otros medios intervenidos maquillan o esconden porque hay alguien interesado en que no lo sepas.
En esta nueva etapa, La Voz será, más que nunca, el muelle que active esa verdad incómoda para que la leas, la oigas, la veas y, si tú, lector, eres la fuente, la cuentes. No habrá otros limites que el de hacer coincidir la versión de los hechos con todas las piezas que conformen, lo más fielmente posible, el puzle de la verdad.
Sin La Voz no hubiésemos conocido la historia de Mayte, esa mujer valiente que se negó a aceptar un trabajo de 56 horas a la semana en una panadería por 500 euros. Tampoco sabríamos que el chófer de la alcaldesa de Jerez cobra más en productividad que el jefe de la Policía Local, o que la regidora habrá gastado cuando salga de la Alcaldía en mayo más de 22 millones de euros en sobresueldos a parte de la plantilla municipal. La Voz nos mostró cómo se falsearon documentos para conceder un contrato a empresas de la trama Gürtel y el reparto de cientos de miles de euros a asociaciones de la ciudad con el solo criterio de la discrecionalidad. Este medio ha mostrado las heridas de hombres y mujeres a quienes les arrebataron sus puestos de trabajo por un ERE injusto. Y también ha dado a conocer cuánto les costará a todos los jerezanos los contratos con Deloitte, la empresa elegida para ejecutar el despido arbitrario.
Vivimos tiempos urgentes. Los próximos meses se van a producir acontecimientos políticos y sociales de gran trascendencia para Jerez, Andalucía y España. Será imprescindible seguir alzando la voz desde La Voz, pero también desde la calle. Será necesario combatir todo aquello que limita y cercena nuestra libertad en su sentido más amplio, seguir mostrando el rostro de los olvidados, de los desahuciados, de quienes viven en la pobreza, o en sus umbrales, mientras la propaganda oficial del poder vende humo tras haber incendiado el bosque. Será necesario un periodismo libre y valiente, ese que solo pueden hacerlo los buenos periodistas y, parafraseando a Kapuscinsky, las “buenas personas”. Ese es el compromiso de la Voz con sus lectores: Hacer el único periodismo posible, el que se asoma a la calle para ver y contar lo que no quieren que leas, lo que no quieren que sepas.
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