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Aún arrastramos el sufrimiento de muchas personas que perdieron a sus familias. Aquellos que defienden que es mejor dejar a los muertos tranquilos, ¿no son capaces de ponerse en la piel de esas personas? 

En la Antigüedad era tan temido pronunciar el nombre del dios de los muertos, que se inventó un eufemismo, Plouton –‘el rico’-, en alusión a las piedras preciosas que provenían de las profundidades de la tierra, lugar donde se encontraba el inframundo y morada de los que ya habían cruzado el umbral. Los muros del Alcázar, la Alameda Vieja, la Puerta de Rota, el cementerio de Santo Domingo, la Rosaleda, la Plaza de Toros, la Huerta de Terry, la barriada España, el Pozo de la Víbora, el Rancho del Pescadero… Son todos los lugares, que muy sensiblemente, los hermanos José y Agustín García Lázaro nos recuerdan en su artículo Los paisajes de la memoria. Lugares que están bajo el dominio de Plouton, el dios de los muertos y que han marcado nuestra historia, aunque muchos se empeñen en subsanar el dolor de los crímenes de guerra con el olvido: “Es mejor dejar a los muertos tranquilos”, es la típica frase de aquellos que prefieren no ahondar en el pasado.

Pero lo cierto es que no es sólo cosa de muertos. El hombre antiguo era sabio, y bien sabía que esa dualidad siempre ha existido. Bajo tierra no sólo encontraremos un puñado de esqueletos enterrados junto a su sufrimiento, encontraremos también las riquezas que se llevaron con ellos y que aún, a día de hoy, siguen permaneciendo ocultas, esperando a que las desenterremos y las recuperemos. Y las personas que todavía viven y lo recuerdan lo saben. Recuperar la memoria de nuestros muertos no es sólo un asunto del pasado, es también un asunto que nos condiciona el presente y el futuro.

Desde el pasado, aún arrastramos el sufrimiento de muchas personas que perdieron a sus familias. Aquellos que defienden que es mejor dejar el pasado olvidado y a los muertos tranquilos, ¿no son capaces de ponerse en la piel de esas personas? Niños a los que se les arrebató a su padre, a su madre, a un hermano… ¿no merecen un poco de paz de espíritu? Quizá no hayan pensado en que un trauma así les cambió la vida para siempre, en la que tuvieron que pasar una infancia con otros familiares o en un orfanato, alejados de las personas que amaban y obligados a olvidar para siempre todo lo que esa persona tan importante significó o quiso enseñarles. ¿No tienen derecho a que al menos, se les reconozca y se cuide lo poco que queda de ellos, su memoria?  Negarles esto es ser tan crueles como aquellos otros que les arrebataron a sus familias.

Aún arrastramos el sufrimiento de muchas personas que perdieron a sus familias. Aquellos que defienden que es mejor dejar a los muertos tranquilos, ¿no son capaces de ponerse en la piel de esas personas? 

Pero el olvido parece ser el precio que teníamos que pagar, la moneda de cambio en la Transición española para ser merecedores de una sociedad y un poder democráticos. Alemania tuvo muchísimos campos de exterminio, pero el campo de exterminio más grande en el siglo XX ha sido el franquismo. No sólo se exterminó a todos los que estaban en contra del fascismo español, sino que han exterminado su memoria por décadas, como si jamás hubieran existido. Los resquicios del franquismo en nuestra sociedad son como una enfermedad silente, que no presenta síntomas aparentes, pero nos va carcomiendo cada vez más desde el interior, desde nuestras concepciones. Es por ello que cuando hablamos de estas personas, no hablamos de “muertos”, como muchos los llaman despectivamente.

No hablamos de pasado simplemente, hablamos del futuro, de la clase de sociedad que queremos construir, de las bases de las que queremos partir y de las figuras por las que queremos regirnos. Desenterrar las cunetas no es únicamente remover el pasado, es recuperar todos esos valores afines a la dignidad humana. Ahí permanece oculta la riqueza que hemos enterrado. Hemos enterrado bajo toneladas de tierra –y bajo toneladas de olvido- la idea de una democracia REAL y del librepensamiento, donde se pretendía una sociedad con igualdad de clases y de sexos, en la que se velara por los derechos humanos. Mientras, arriba hemos conmemorado a los generales fascistas con monumentos y nombres de calles, galardones a aquellos que aplastaron nuestra libertad de expresión y nuestra participación activa en la sociedad, con la abolición de los partidos políticos y de las manifestaciones. Y a los que también pisotearon nuestro valor como seres humanos con la carta de racionamiento y la prohibición de los sindicatos.

España es un país lleno de contradicciones. Defendemos un estado de bienestar, sin embargo, llevamos muchos años siendo presa de los prejuicios que nos imponen

España es un país lleno de contradicciones. Defendemos un estado de bienestar, sin embargo, llevamos muchos años siendo presa de los prejuicios que nos imponen. Creemos que muchas de estas personas asesinadas y que defendían una filosofía de vida similar a la actual eran extremistas, violentas, rebeldes, salvajes. Pensamos que luchaban sin escrúpulos por sus ideales y que además eran inhumanos, desviados, perversos. Pero no tenemos más que indagar un poco para darnos cuenta de que todas esas ideas son infundadas. Ahondar para descubrir que muchas de esas personas asesinadas eran comunes, como tú y como yo, padres y madres de familia, con su trabajo, sus hijos, sus opiniones… y que lo único a lo que aspiraban era a una vida tranquila y libre, donde pudieran desenvolverse sin tener que ser pisoteados por otros en aspectos tan simples y dentro del sentido común, como trabajar dignamente o poder votar. Sólo por ello, fueron encarcelados y asesinados, por pronunciar su simple opinión, o por no dejarse someter, ni a ellos mismos ni a su familia. Ahí está el verdadero peligro y no al revés, en perder nuestros derechos en detrimento del beneficio de unos pocos, que sí son los que verdaderamente están descorazonados frente a las necesidades de otras personas. Es típico de verdugos inculpar a otros y ocultar las pruebas de sus atrocidades, con la esperanza de que el tiempo hará olvidar. Un olvido que nos condenará a la repetición.

Los hermanos García Lázaro ilustran muy bien en su artículo el ejemplo de Teófilo Azabal, un maestro de nuestra ciudad, del Colegio Nacional Carmen Benítez –en el barrio de Santiago-, que fue fusilado simplemente por profesar la enseñanza. Los fascistas querían asegurarse de que la educación de las generaciones venideras no quedara a cargo de profesores del antiguo régimen republicano. Sólo así su doctrina, basada en ese miedo con el que nos han convertido en una sociedad llena de prejuicios contra el librepensamiento y el conocimiento, sería exitosa. La educación es un gran arma para controlar a las masas y todo el que aspira al poder es consciente de ello. Pilar Azabal perdió a su padre con tan sólo 4 años. Su vida cambió para siempre. José y Agustín García Lázaro nos cuentan en su artículo cómo se emocionaba al relatar la historia de su padre y de su fusilamiento.

Junto con Pilar murió una parte de nuestra sociedad. Durante los años de dictadura hemos tenido un fuerte adoctrinamiento en las escuelas. “Franco, el salvador de España”, “los rojos son malos, salvajes, crueles, sus ideas son peligrosas”. “España se va a romper como antes por culpa de esas ideas y de esas personas”. Pero fueron ellos los primeros en romper la paz y la democracia. Hoy día seguimos teniendo una educación basada en el adoctrinamiento y un poder político basado en la mentira. Nuestro diccionario oficial ha tardado muchísimo tiempo en reconocer a Franco como un dictador y, aunque en nuestros libros de texto no aparezca su figura como benévola, tenemos a los lobbys y a las empresas rigiendo nuestro destino: los transgénicos aparecen en los libros de biología como una estupenda solución –hablamos de Monsanto, no de ciencia-, estudiamos que la energía nuclear es mejor frente a las renovables y no tenemos en cuenta que España tiene una gran capacidad para generar energía solar… pero a las empresas eléctricas donde están nuestros políticos sacando tajada no les conviene.

Y el colmo ha llegado cuando en los libros de texto del colegio mandaron los bancos sobre el contenido a estudiar: es mejor pagar tu hipoteca que darle un plato caliente a tu hijo. Curiosamente, pensamos que las políticas sociales son peligrosas y poco recomendables. No tardamos en tachar rápidamente de extremista a un partido que defienda la reducción de los sueldos de los políticos –algunos cobran más de 9.000 euros al mes- mientras otros sufren pulmonía por no tener para pagar la calefacción en invierno. Nos quejamos de los políticos que tenemos pero la mayoría no vamos a votar, hemos olvidado nuestro derecho al sufragio, aquel que perdimos durante 40 años.

Nos quejamos de los políticos que tenemos pero la mayoría no vamos a votar, hemos olvidado nuestro derecho al sufragio, aquel que perdimos durante 40 años

Desde la perspectiva del presente y  del futuro, podríamos encontrar muchísimos restos de la inquisición franquista contra lo social. Siguen jugando con ese miedo ancestral que anestesia a una gran parte de los españoles, con esa amenaza de que las políticas sociales son peligrosas y van a romper España. Necesitamos recuperar la fuerza del pasado, conocer cómo fueron los hechos en la realidad y no quedarnos con lo que nos cuentan. Sacar a la luz el pasado no es molestar a los muertos, es recuperar el tesoro que nos dejaron, las ideas y los valores para una sociedad más justa y libre. Muchos creen que estarán más tranquilos así, si no hacen nada, pero se equivocan. Hay muchas personas que no están tranquilas, no sólo por el pasado que tuvieron, sino por el presente que tenemos que vivir ahora. Muchos hablan de paz, pero hablan desde el miedo y desde el dolor, no desde el bienestar social ni mucho menos personal. Como mucho, podríamos asegurar que hablan desde la comodidad de no plantearse ninguna solución justa para todos, desde la comodidad de las damiselas de los cuentos de hadas, que esperan a que las cosas se solucionen por sí solas desde el exterior.

Lamentablemente, nadie puede asegurarnos nada. Esa tranquilidad que muchos buscan no existe. Cuando menos lo esperemos, podemos volver atrás muy rápidamente, caer nuevamente en la guerra, en la pérdida de derechos. Desenterremos o no desenterremos a nuestros muertos. Pero si nunca recuperamos nuestro lugar y el de los valores que estén con nuestra humanidad, seguramente seamos más susceptibles de ser sometidos sin darnos ni cuenta. Aunque eso sí, dudo mucho que seamos felices. No nos interesarán las ideologías ni la política, hasta que nos falte un trozo de pan que llevarnos a la boca, o el partido de turno firme acuerdos con empresas farmacéuticas que comprometan seriamente la salud de nuestro hijo. Pero será tarde cuando despertemos. Mientras dejemos olvidadas en las cunetas a las personas que murieron injustamente y los mantengamos bajo los monumentos de los generales franquistas, seguiremos teniendo muy claro el mensaje de lo que permitimos como sociedad: los valores democráticos seguirán sometidos bajo los fascistas. Sólo los principios que se hacen visibles son lo que se instauran entre nosotros. El poder que no vemos y que se teje tras muchos púlpitos del Parlamento no ha cambiado al completo y se manifiesta a través de lo que siguen manteniendo en el exterior.

¿De veras creéis que España ha cambiado, o sólo nos han concedido un sucedáneo de democracia? 

Desde aquí invito, especialmente a los jóvenes, a conocer la historia de todas esas personas, como la de Teófilo Azabal, que con su granito de arena procuraron aportar un punto a favor de nuestra sociedad y no en contra, como se ha creído hasta ahora. Les invito a descubrir el tesoro del legado de su pensamiento, aquel que tanto nos falta ahora, a través de todos aquellos que no se desaniman en seguir investigando y aportando testimonios, como los hermanos García Lázaro, aunque muchos prefieran “dejar a los muertos en paz”. España necesita romper con el tabú del fascismo de una vez por todas. El testigo está en nuestra generación.

¿De veras creéis que España ha cambiado, o sólo nos han concedido un sucedáneo de democracia? ¿No estáis cansados de que en el poder estén siempre los mismos y los demás olvidados?

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