Luis Cernuda, en su memorable y honesta retracción sobre los Quintero, dejó escrito con rigor y singularidad su visión sobre la obra de estos hermanos de Utrera, el pueblo de Rodrigo Caro y José Marchena. Fueron muchos los que cayeron en ese error cargado también ideológicamente, la abierta burla y represión de muchas élites a todo lo que señalara a la cultura popular y al sur, reforzando los tópicos y prejuicios antiguos que padecieron y aun padecen los andaluces, en especial su habla.
Recuerdo que siendo niño en mi primer viaje a Madrid, recién muerto el dictador, entré en el edificio de Telefónica en la Gran Vía, a las operadoras que había allí les llamó la atención mi forma de hablar, les atraía y sonreían, pero sin desprecio. Distinta era la actitud de otros, como los religiosos vascos y castellanos de los centros educativos, con su agresiva ignorancia y desprecio a toda la cultura sevillana y andaluza. Hubo una Sevilla que nuestros abuelos conocieron donde se sabía de qué barrio era cada uno por la forma de hablar, esa fue la que vivieron y conocieron los hermanos Quintero. Entonces, los profesionales que pasaban Despeñaperros, debido a la represión y a los prejuicios, censuraban en los posible su maravillosa habla, forzándola a un castellano chato, actores, periodistas, políticos, todavía hoy en muchos puede apreciarse esta huella.
La obra de los Quintero, a pesar del rotundo éxito que tuvieron en vida, durante muchos años soportó la apropiación de sus peores enemigos, la pésima representación que se hizo de ellas por actores que no eran sevillanos, o cuando lo eran la llevaban a una exageración caricaturesca y ridícula, de directores y adaptadores que destrozaban los diálogos sin vergüenza alguna, esos diálogos que a Cernuda le parecían perfectos. El menosprecio, en fin, a ese público amplio e iletrado, pero los Quintero, ante la indigencia cultural de muchos, mostraron en sus obras una gran elaboración creadora y una metáfora clara.
Sus comedias, en lo fundamental, con un admirable pulso, que se refuerzan en una visión deliciosa y sentimental, llena de chispa y ligereza, deben de ser tomadas y apreciadas como lo que son y como lo que sus autores quisieron que fuera; un agradable entretenimiento, donde se refleja también una época despreocupada y una visión aguda y animada, su encanto aparentemente superficial no es nunca un costumbrismo de cuadro falso, si lo fue el desprecio que de su obra (y lo que representaba, cultura popular, sur) ciertas elites culturales tuvieron.
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