Leyendo una biografía de Fermín Salvochea, me he encontrado con la figura de una mujer hasta ahora desconocida para mí y creo que para la mayoría, cuyos escritos y acciones merecen un reconocimiento. El problema es que, además de mujer y adelantada a su época, era anarquista, y los anarquistas no suelen ser muy recordados.
Louise Michel nació en 1830 en un castillo en Haute Marne, hija natural de una criada, Marie Anne Michel, y del terrateniente Étienne-Charles Demahis, algo muy frecuente en un siglo que todavía arrastraba grandes desigualdades sociales. Era la época del Oliver Twist de Dickens, (1837-39), de Los miserables (1862) de Victor Hugo, o de Fortunata y Jacinta (1887) y Misericordia (1897), de Benito Pérez Galdós.
Aún así sus abuelos paternos dieron a la niña una buena educación basada en las lecturas de Diderot, Rousseau y Voltaire. Pero al fallecer el propietario del castillo donde se había criado, los hijos legítimos la expulsaron de él y Louise decide dedicarse a la enseñanza, lo que hizo durante gran parte de su vida en escuelas privadas, pues su decisión de no jurar el cargo a Napoleón III le impide entrar en el sistema público como maestra.
Su pedagogía se basaba en los ideales republicanos, con un estilo parecido al de la Institución Libre de Enseñanza de nuestro país, lo que le valió no pocos contratiempos: impartía clases fuera de las aulas, prohibía los castigos físicos, escribía pequeñas obras teatrales para que los alumnos las interpretaran o daba clases de ciencias naturales.
En 1856 se traslada a Paris, donde conoce a Víctor Hugo, con quien traba amistad, se introduce en los ambientes revolucionarios y colabora habitualmente con periódicos de la oposición como Le cri du peuple (El grito del pueblo).
En 1870, la derrota de Napoleón III en la guerra franco-prusiana pone fin a la dictadura imperial y se proclama la república, mientras el ejército extranjero marcha sobre París. El Gobierno de Defensa Nacional se refugia en Versalles, pero las fuerzas republicanas radicales parisinas luchan por imponerse. Louise entra a formar parte del Comité de Vigilancia del barrio de Montmartre, ya entonces cuna de la bohemia parisina. Allí conoce al militante blanquista Théophile Férré con el que mantendrá una relación sentimental -no fue la única- y se hace también seguidora de Blanqui, líder socialista antimonárquico.
Cuando en 1871 estalla la insurrección de La Comuna, primer gobierno del mundo de la clase obrera que sólo durará dos meses, participa activamente en éste acudiendo a manifestaciones populares, disparando, defendiendo los cañones emplazados en Montmartre, creando comedores para los niños del barrio, organizando un servicio de guarderías infantiles en toda la capital o fundando escuelas profesionales y orfanatos laicos.
Las tropas del gobierno de Versalles asaltan París en abril-mayo de 1871, y reprimen con extrema violencia el movimiento comunal. Louise combate en las barricadas, actúa como enfermera, recoge y atiende a los heridos, recluta mujeres para llevar las ambulancias. En Montmartre lidera un batallón femenino cuyo valor destacará en las últimas batallas libradas por los comuneros, donde muchas de sus compañeras pierden la vida. Quizás por eso dos batallones de brigadistas internacionales llevaron su nombre en la guerra civil española.
Ella logra escapar, pero se entrega a los pocos días para liberar a su madre, que había sido arrestada en su lugar y amenazada de muerte. Férré, su pareja, es también detenido y ejecutado y Louise es condenada en un consejo de guerra a diez años de destierro en Nueva Caledonia, una isla perdida de Oceanía, adonde por entonces el gobierno francés enviaba tanto a presos comunes como políticos. Allí permanecerá siete años.
En esta isla estudia y recoge datos sobre la fauna y la flora, que tenía -ahora algunas menos- multitud de preciosas especies endémicas, y elabora un repertorio que envía al Instituto Geográfico de París. Se acerca a los indígenas canacos, aprende su lengua y desarrolla una labor educativa con los nativos, por los que tomará partido en la revuelta de 1878, a diferencia de muchos otros deportados comuneros. Funda un periódico, publica “Légendes et chansons de gestes canaques” y en 1879 retoma su labor docente, primero como maestra de los hijos de los deportados franceses, y luego en escuelas de niñas.
Amparada por la amnistía parcial concedida a los participantes en la Comuna, regresa a París en 1880, año en que publica por entregas y con gran éxito su obra La Miseria, una de las más de veinte que escribió a lo largo de su vida.
“Todo poder encarna la maldición y la tiranía; por eso me declaro anarquista”
Nunca dejó de ser una militante apasionada, dando conferencias, interviniendo en mítines, encabezando manifestaciones, defendiendo a las prostitutas como víctimas explotadas por la sociedad. En 1883 se pronunció a favor de la adopción de la bandera negra por los anarquistas (entonces socialistas libertarios), con los que hacía algún tiempo había entrado en contacto. Todo ello le valió continuas entradas y salidas de la cárcel y la vigilancia impenitente de la policía, hasta que en 1886 es amnistiada por el presidente de la República, Jules Grévy. En 1887 se declara públicamente en contra de la pena de muerte. Un año más tarde es víctima de un atentado perpetrado por un monárquico, pero se niega a denunciar a su agresor.
Durante una de sus estancias en la cárcel se envió a un médico para examinarla y éste solicitó su internamiento en un psiquiátrico. Las autoridades, temiendo la reacción de sus numerosos seguidores, acabaron por liberarla en 1890, pero, por temor al internamiento, se exilia en Londres, donde gestiona una escuela libertaria durante varios años. Regresa a Francia en 1895 y ese mismo año funda el periódico “Le libertaire” junto con Sébastien Faure.
Durante los diez últimos años de su vida, reside entre Londres y París donde supervisa la edición de sus obras, multiplica sus conferencias y sigue participando activamente en numerosas acciones reivindicativas a pesar de su avanzada edad. En 1896 está presente en Londres en el Congreso internacional socialista en el que se produce la ruptura entre marxistas y anarquistas.
Ya con 74 años, recorre Francia para dar una serie de conferencias. Pero su salud se degrada progresivamente hasta que en 1905 muere de una pulmonía en Marsella en plena actividad política, que no abandonó hasta su último aliento. Miles de personas acudieron a su funeral en París.
“Todo poder encarna la maldición y la tiranía; por eso me declaro anarquista”, dijo en una ocasión.
La Basílica del Sacré Cœur se construyó en Montmartre de 1875 a 1914 por suscripción pública como un gesto de expiación por los "crímenes de los comuneros", y para honrar a las víctimas francesas de la guerra franco-prusiana de 1871. Bajo el suelo de la colina reposan los restos de los habitantes fusilados del conocido barrio. Hasta 2004, casi un siglo después de su muerte, no se colocó el nombre de Louise Michel, hoy símbolo de la libertad y el feminismo, en una plazoleta al pie de la basílica.