Pasan hombres oscuros con su miseria a cuestas,
son los abandonados, los proscritos del sueño,
hombres con horizontes de monedas y olivos
que no alcanzan la tierna perfección de la rosa.
Es Arcos de la Frontera uno de los más hermosos pueblos de Andalucía, su destello de la historia, como su luz, es una fuga que nos mostrara formas soñadas y donde la creación fuese la única respuesta. En Arcos nació, vivió y murió uno de los más singulares poetas andaluces del siglo XX, Julio Mariscal Montes, entre su aire y su paisaje puso en jaque la palabra hombre, su energía como destrucción, la visión clara e inevitable de su destino, sin reserva y desnudo.
Julio Mariscal tenía todo los rasgos pare ser un poeta póstumo, introvertido, solitario, de profundas creencias religiosas y homosexual, de una enorme sensibilidad y sentimiento de exilio. Los espejismos de abrir sus manos a una existencia que lucha por no hundirse en el vacío.
Ha pasado mucho tiempo y su obra continua en un espacio de sombra, o al menos de medias luces, sin la difusión que su calidad reclama, no solo por su poética, sino por el testimonio vital de un poeta que desnudó como pocos y nos congregó a un sur imposible, en el más hondo de los exilios vitales. Su vida y obra es un acorde doloroso de la Andalucía más profunda, que reivindica su amor y su desolación, su circunstancia social y humana.
La singularidad de su obra nos pudiera parecer totalmente aparte en el panorama poético de la época, de una aparente sencillez, pero nada más lejos de la realidad ese exponer la verdad a medida que la descubre, con la pasión suficiente para no subsistir a ningún refugio. La presencia real del tiempo y la muerte es la clave que traspasan toda su obra, ya sea en el asunto amoroso, religioso, vital o social, haciendo de su poesía un elemento de liberación, la exigencia del don como perturbación del orden. Un orden que Julio Mariscal desarrolla con incertidumbre y un dramatismo soterrado en torno a enigmas.
Testimonio en atención, por un lado vuelve hacia el mundo, del otro huye al abrir su sensibilidad, su fuerza trágica reside en el confín de la libertad.
El devenir del tiempo, cargado de misterios y sin salvación, es la frontera que Mariscal recorre, la respiración de la muerte a través de una angustia dialéctica, un rechazo a dejarse pensar, solo a sentir esa frontera donde el ser coloca su deseo y su palabra. En su libro “Corral de muertos”, hay un habla errabunda, la proyección de un vacío que experimentar, tensión poética de acercamiento a espacios remotos y dolorosos que nuestro autor enfrenta con la dimensión de la tierra y el cuerpo, en un lenguaje que expresa ya todo el mundo sombrío pero lleno de esplendor oculto, pocas creadores nos dejan ver y nos reúnen con la fuerza de su voz, la palabra va dirigida siempre al otro, al extraño, al gesto de la fe en un desierto.
Julio Mariscal fue un enorme poeta, en un tiempo bastante gris y en unas circunstancias sociales y vitales durísimas, acogió como opción irrenunciable su destino, su vida y su obra en tierra de nadie, aunque transitara por un afán de darse entero y verdadero, su itinerario vital de horizontes humildes nos invitan a todos a leerle y situar su obra en el lugar destacado que merece, el dolor y el gozo desde la tierra cotidiana, un caminar poético que su mirada desnuda con una ausencia en el corazón más interior del ser humano, hacia un espacio abierto. En su Arcos luminoso descansa ya sobre su centro el sereno y hermoso despliegue de un obra realmente admirable.
Aquí, donde los hombres se han tendido
para olvidarse dentro de su muerte,
tú sigues vertical, sin ofrecerte,
limpio y sonoro al último latido.