Siempre hemos escuchado que la historia la escriben los vencedores, la cultura la dictan los poderosos, y que el imaginario colectivo —esa mente común que nos indica cómo debemos pensar e interpretar la realidad— también está moldeado por quienes detentan el poder.
Todo esto me viene a la mente a raíz de un nuevo caso de presuntos abusos sexuales protagonizado por un joven jugador de un club español de la primera división de futbol hace unos días. No dejo de leer artículos y opiniones en medios, pódcast y redes sociales que debaten sobre la severidad de la sanción que el club podría imponer al futbolista, la condena que se le ha impuesto sin juicio, la discusión sobre si debe prevalecer la presunción de inocencia, o si es más grave su irresponsabilidad por incumplir las normas del club al salir a una discoteca tras perder un partido importante. En resumen, toda la atención se centra en la figura del joven acomodado, ignorando los hechos que motivaron la denuncia y a la posible víctima de una nueva agresión sexual cometida por un hombre contra una mujer.
Una vez más, nos encontramos ante una visión del mundo al revés, donde los malos se presentan como buenos y las buenas como villanas. Esta narrativa conecta con lo que mencioné al principio: la historia manipulada y contada por los ganadores, quienes imponen su versión de los hechos para proteger su honorabilidad y bondad. En este caso, se trata de la visión masculina de un mundo que, queramos o no, sigue gobernado por hombres. Este discurso nos dice de manera subliminal que el joven solo quería divertirse, que es un buen chico, mientras que ella es una oportunista que solo busca beneficio y causar daño. Lo más preocupante es que muchos, especialmente hombres, lo creemos. ¿Será porque nos conviene?
Como mencioné, la chica, la supuesta víctima, es ignorada, ocultada. Nada se dice sobre ella ni sobre la difícil situación que debe estar enfrentando. Estamos tan acostumbrados a la normalización de los comportamientos masculinos y a la culpabilización de las acciones femeninas, que nos cuesta pensar con objetividad. No nos damos cuenta de que, en casi todos los casos, cuando una mujer da el paso de denunciar un abuso sexual, la realidad suele ser mucho más cruda de lo que nos cuentan o podemos imaginar. Pero para el mundo masculino en el que vivimos los hombres no tenemos maldad, y las mujeres son casi siempre malas por naturaleza. Con este planteamiento insertado en nuestra masculina mente colectiva es difícil que ninguna mujer pueda resultar inocente.
Solo basta recordar la historia que, aunque en forma de metáfora, nos cuenta la Biblia: Eva fue quien ofreció la manzana del árbol del bien y del mal a Adán, y desde entonces se le atribuye la responsabilidad original de los males de la humanidad.
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