La pandemia lo ha cambiado todo, ha modificado todas las cosas que hacemos en nuestras vidas, excepto la Navidad salvada y que ahora nos envía su respuesta de enfermedad y muerte. La Navidad nunca debió celebrarse como si no pasara nada, como si no tuviéramos pandemia. Pero las autoridades lo permitieron, precisamente porque la Navidad es el resumen de la identidad cristiana de las sociedades europeas.
La pandemia permite ir al trabajo, ir a los centros educativos, ir a los bares y restaurantes, ir en el metro como sardinas en lata en las horas punta; la pandemia está en su tercera ola. La pandemia permitió la Navidad pero prohíbe el Carnaval. La pandemia está necesitando un intenso diálogo social precisamente porque el malestar social empieza a extenderse como el virus.
No hay duda de que la pandemia impide la celebración de un Carnaval como el de antes de la pandemia. Sería tan irresponsable como celebrar la Navidad que acaba de celebrarse. Canarias es el ejemplo de que se podía celebrar una Navidad de pandemia y tienen una incidencia diez veces menor que en el resto de España. ¿Se puede celebrar un Carnaval? En todo caso, solo se podría celebrar un Carnaval de pandemia, algo que requiere de una gran fantasía y mucha paciencia. La pandemia ha venido para quedarse bastante tiempo: o cambiamos, nos adaptamos a la pandemia, o morimos.
A muchas personas les podría parecer un debate absurdo discutir sobre el Carnaval en medio de la tercera ola. A todas esas personas les rogaría que le dediquen al Carnaval la tercera parte del tiempo que le dedicaron a la Navidad. La discusión sobre el Carnaval de Cádiz, por cierto, empezó en el mes de agosto de 2020, hace seis meses.
Para muchøs, el Carnaval es una borrachera colectiva, y esos muchøs pasan de largo sobre las inmensas cantidades de alcohol que se consumen durante las navidades. No tengo datos sobre España, es más difícil encontrarlos. En Alemania, las autoridades realizan incluso una campaña contra los excesos del consumo de alcohol durante las navidades. La navidades serían de una importancia inmensa para el consumo y el comercio por su impacto económico; la gastronomía, tan defendida que en plena tercera ola sigue abierta, supone en Carnaval una cantidad de ingresos difícil de evaluar, pero desproporcionadamente alta respecto al resto del año.
La importancia del Carnaval donde se celebra es enorme porque es un elemento de la identidad colectiva de esos lugares, tanto como la Navidad
La importancia del Carnaval donde se celebra es enorme porque es un elemento de la identidad colectiva de esos lugares, tanto como la Navidad. Sí, tanto como la Navidad. Tanto que la Navidad llegó para sustituir al Carnaval hace ya unos miles de años, no creeremos que antes de la Navidad la gente colgaba de los árboles, ¿verdad? ¿No creeremos que después de tantos siglos de persecución y prohibición del Carnaval ese Carnaval existe nada más que para emborracharse, verdad? Como si no hubiera ocasiones en el año, las navidades incluidas.
El Carnaval no es ninguna válvula de escape, el Carnaval es un acto de necesidad de defensa de las comunidades humanas, en todo el Planeta, contra un poder abusador que no se puede combatir frontalmente sino simbólicamente . En unos lugares ha quedado vivo después de tantas prohibiciones; en otros lugares murió por razones diversas. La sociedad suiza no se puede comprender sin el Carnaval; la sociedad alemana no se puede comprender sin el Carnaval; la sociedad belga no se puede comprender sin el Carnaval. La sociedad española no se puede comprender sin el Carnaval, nos demos cuenta o no. En todas esas sociedades hay una negación contra el Carnaval por oposición del cristianismo y de la alta cultura, pero sin Carnaval no existiría el cabaré político alemán ni existiría la sátira contra los abusos políticos ni existiría el teatro del absurdo. Sin Carnaval no habría nada disonante, que es lo más genuino en la democracia. El Carnaval forma parte de la ecuación social de la democracia, consciente o inconscientemente. El bufón es un producto del Carnaval, esa figura que dice las verdades y no debe ser eliminado.
Las prohibiciones, precisamente, han mantenido el Carnaval vivo en el caso de Cadi, uno de los más complejos. La existencia del Carnaval de Cadi no se puede comprender sin la explosión del 18 de agosto de 1947. A diferencia de la prohibición manu militari del Carnaval en toda España, en Cadi se transformó en unas Fiestas Típicas Gaditanas, lo que mantuvo viva ante los ojos de los gaditanos la querencia hacia un Carnaval vivo y auténtico, y que siguieron practicando en patinillos, casas, esquinas y callejones. En las ‘casas buenas’ se abrían las ventanas para escuchar las coplillas picantonas que las chirigotas cantaban en los patios para ellas, y luego se les convidaba a un vaso de vino y algo de jamón. Las prohibiciones ofrecen, también, el gusto por lo prohibido.
Pero el Carnaval es también autorregulativo. El ejemplo más claro está en la expresión gaditana amo-a-escushá, con la que se pide silencio para escuchar a los que cantan su copla. Además está el darse la media vuelta y largarse cuando lo que se canta no gusta. Esta cultura del respeto a lo disonante y al derecho de que se pueda decir lo que se quiera son elementos de esa conducta autorregulativa del Carnaval.
El año pasado salí de Cadi para ir Basilea. El Bundesrat, el gobierno de Suiza, acababa de prohibir el Carnaval y, a renglón seguido, el Comité de Carnaval desconvocó el Carnaval de Basilea. A pesar de todo viajé allá y puede documentar un Carnaval prohibido. La policía estaba presente en la calles, discretamente pero presente. Hubo saltos de Carnaval desde las esquinas, en que un tamboril aparecía, lo hacía sonar y desaparecía; hubo marchas espontáneas de Carnaval y la policía se mantuvo observando discretamente a que aquellas marchas se disolvieran tan rápidamente como se habían formado; hubo disfraces; hubo un centro reconocido del Carnaval prohibido; hubo coplas escritas contra la pandemia y contra la prohibición; hubo un romancero en la calle, una novedad en la historia reciente del Carnaval de Basilea. Hubo la marcha de los martes de Carnaval, con varios cientos de personas, en recuerdo de los ausentes. El Carnaval, esto es lo que resulta necesario comprender, es una fuerza telúrica, y creo que las autoridades de Basilea que lo prohibieron eran conscientes de ello y la policía no creó un problema mayor del que se deseaba evitar.
Diálogo necesario. El Carnaval tiene que reinventarse para la pandemia, porque en su manera conocida sería una nueva explosión de la pandemia como lo ha sido la Navidad. Para ello es necesario un diálogo que haga posible lo posible. La diferencia entre el Concurso del Teatro Falla y el Carnaval de las calles de Cadi se presenta hoy, por la pandemia, más grande que nunca. El Carnaval de las calles de Cadi es que los que escuchan, con su aliento, den aire para respirar a los que cantan. Esa cercanía no es posible en pandemia. ¿Qué hacer si, como la persecución del Ayuntamiento anuncia, hay conatos de Carnaval? ¿No sería una buena idea articular un amplio diálogo social que impida conflictos mayores y que la pandemia se extienda aún más? A mí se me ocurre que todo el mundo vaya en una burbuja de plástico, como en algún festival de música se ha visto, aunque otra solución pudieran ser los dos miriñaques colocados en el cuerpo en forma de diábolo, de los que yo mismo hablaba aquí ya hace casi un año. El malestar que hoy hay en Cadi por la prohibición del Carnaval hay que ventilarlo hablando y buscando fórmulas.
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