Son tiempos malos para la lírica. Y para el cine. Y para la música. Y para el teatro... En fin, podría tirarme así hasta mañana. Veo que estamos en un momento complicado, donde no hay una sola propuesta que sea mínimamente original; todo es un plagio descarado de otra cosa o un refrito con muy leves variaciones. En cine no dejamos de ver más y más spin offs, live actions, remakes y otros anglicismos que gritan a los cuatro vientos: “No tenemos nada nuevo que decir”. Un buen ejemplo de lo mejor que pueden dar estos tiempos es el Joker, donde se toma a un personaje que funciona, de sobra conocido por todos en películas de Nolan o Burton, lo convertimos en un Travis Bickle y lo sazonamos con un tema candente: la salud mental. Buena película, está claro, pero enseguida la olvidaremos. De no ser por la segunda parte que se acaba de estrenar en Venecia, ya la habríamos olvidado. Solo hay referencias y referencias y más referencias, y cojo a Agatha Christie y le doy un giro actual, un lavadito de cara y mira, pum: Puñales por la espalda. O cojo un poquito de cine clásico, tuerzo un poco las cosas y hala: La La Land. O cojo 8½ de Fellini, sombra y sombra allá, y hago Dolor y gloria.
Hasta la música se ha vuelto excesivamente referencial. El colmo de todo esto es Rosalía, la artista española que más triunfa —es decir, la que mejor representa nuestra falta de ideas—. El mal querer, su segundo disco, no deja de ser eso: una referencia por aquí, cojo esto y lo varío ligeramente —muy ligeramente siempre—, etc. O si pensamos en C. Tangana, en El madrileño, más de lo mismo. Le recuerdo en las entrevistas promocionales hablando de crear un personaje, “El madrileño”, que tuviese un poco de personaje de cine quinqui, del Bardem de Jamón, jamón, y luego también... Todo demasiado estudiado, demasiado de laboratorio. Parece que los creadores últimamente están incapacitados para crear desde la intuición, para, sin buscarlo, por pura necesidad, encontrar algo nuevo que nos deje tiritando.
Y no niego que todo podría ser peor: podría no haber referencias siquiera. Sin embargo, aun así, observo una preocupante incapacidad de ir más allá. Y me pregunto: ¿es que ya todo está hecho?, ¿nos hemos pasado el arte y por eso solo somos capaces de aportar un montón de refritos, de ejercicios de estilo? El futuro será —inevitablemente— intertextual o no será, está claro. Ex nihilo nihil fit. Es decir: nada sale de la nada. Y más aún en el arte, que es una larga conversación con el pasado. Pero que prácticamente todo lo que se esté haciendo sea tan solo un pastiche de glorias pretéritas, una permanente y torpe recreación de borbotones de creatividad y genialidad que manaron de la mente del ser humano antes de la actual decadencia…, me parece que no habla bien de estos tiempos.
Quizá tiene razón Byung-Chul Han cuando dice que vivimos en una sociedad narcotizada en todos los sentidos, y que eso impide que surjan obras geniales. O quizá esas obras las tenemos delante de nosotros y nuestras mentes obtusas son incapaces de apreciarlas. No lo sabemos; el tiempo nos dirá si era cierto o no. Si teníamos que esperar a que el siglo XXI diese más de sí, o si en realidad éramos como aquel magnífico narrador que en una crítica de cierto poemario patinó un poco. Hablo de Leopoldo Alas Clarín, que a principios del siglo XX, cuando leyó dicho libro, emitió una crítica implacable. Clarín se echaba las manos a la cabeza en esa reseña y venía a decir que aquel libro de poemas no valía nada, que donde estuviese un buen Campoamor o un Núñez de Arce que se quitase aquel libro horrible que, con esa estética y léxico afrancesados, atentaba contra el casticismo, contra la buena poesía española. Hablaba de un tal Manuel Machado; el libro era Alma.