Un caso que eriza la piel, y que se ha conocido porque dentro de la maldad también convivía la estupidez más absoluta de grabar el crimen. Un grupo de chavales en Cantabria, dentro de un aula -que debería ser un espacio sagrado sin violencia de cualquier tipo- acosaba, pegaba, maltrataba a un compañero en silla de ruedas con parálisis cerebral.
En las noticias se menciona que se habla de una persona con este trastorno neurológico, que además es un menor. Pero quien conoce esta enfermedad, quien ha tenido relación con ella, sabe realizar el diagnóstico solo con ver las manos, deformadas en las muñecas. Son las llamadas manos espásticas.
Y es que una persona con parálisis cerebral, en los casos severos o muy severos, es una persona sobre todo vulnerable. Dentro de la parálisis cerebral, hay multitud de manifestaciones, de casos muy particulares, porque del cerebro apenas se sabe un poquito y pueden fallar tantas cosas diferentes que difícilmente hay dos casos exactamente iguales. Los hay quien manifiestan trastornos leves, y que cognitivamente no resultan afectados.
Pero también hay quien no podrá jamás caminar, o quien apenas se desarrollará y será toda la vida un bebé aunque mida dos metros. Esos casos son los que más pueden impresionar. Detrás hay una vida de familias volcadas por su bienestar, y una vida marcada por la incertidumbre de qué pasará mañana, o cómo irá la próxima noche.
El problema está en todas partes
En el caso de Cantabria, a un ser tan vulnerable, encerrado dentro de unos brazos que no responden a sus deseos, moviéndose en una silla de ruedas especial, había un niño y una familia que vieron con esperanza ir al colegio.
Pero allí, en ese centro educativo, que debiera ser espacio de paz, ha encontrado eso que hoy se llama bullying. Hay veces que esos infantes crueles llegan a arrepentirse en el futuro aduciendo que nunca fueron conscientes del daño que podían hacer a otros.
En esta situación, en cambio, parece que ni el tiempo podrá salvar a estos maltratadores que pegaban, amenazaban y aterrorizaban al chico. Porque es imposible no ser consciente de esa propia crueldad.
Habrá quien eche la culpa a las redes sociales, a los videojuegos y a lo que sea. Primero, hay que esperar que la víctima se recupere, que sea protegida y que vuelva confiar en otros seres humanos de la misma forma que antes de estas palizas, que es lo que son.
🏫 Agresión a un menor con parálisis cerebral
— RTVE Cantabria (@RTVECantabria) March 27, 2025
Su madre pide que se acelere la burocracia para que víctima y agresores dejen de estar en el mismo aula...
🎙️ @VeroGlezOrtega
📹 Antonio Picazo pic.twitter.com/4gAOr2ylOQ
Pero luego hay que pensar en esos victimarios, en esos autores materiales. Esos que han cometido estos hechos. Que son también niños. Y que con este comportamiento no solo han hecho un daño a un ser vulnerable que no podía defenderse, sino que también, a su vez, son víctimas de alguna otra cosa.
Que no es justificar, pero sí hay que buscar respuestas y entender lo ocurrido, por qué hay algo muy roto en una persona, en un crío, y en toda una sociedad, cuando cosas como estas suceden. Quizás sea pura maldad y no haya que darle más vueltas. Pero es evidente que si es un acto grupal y que además se graba como para presumir de ello, es algo más profundo, doloroso y peligroso.
No es simplemente hablar de 'los jóvenes' como lo hace cualquiera que va cumpliendo años y no entiende a los que vienen detrás. En el siglo III antes de Cristo, Aristóteles dijo: "Los jóvenes de hoy no tienen control y están siempre de mal humor. Han perdido el respeto a los mayores, no saben lo que es la educación y carecen de toda moral".
No acertó el filósofo y no acertaríamos diciendo que son los jóvenes los que son peores que los anteriores. Seguramente es que todos nos hemos vuelto peores si hemos creado esta sociedad donde caben estos comportamientos. Hay algo muy jodido. Nos vamos al carajo. Los jóvenes y los mayores.