En Jerez de la Fra, había una tienda, de las de toda la vida, que se llama ‘De la Feria al Rocío’, un nombre perfecto y que no necesita más explicaciones ni sobre el género en venta ni lo que buscaba la clientela. Si ‘De la Feria al Rocío’ no dejaba de ser un comercio, en Jerez es un hecho que a estas alturas, una vez terminada la Semana Santa (sobre la que no vamos a decir nada más, ya está todo dicho), se instala una especie de sentir tipo ‘De la Semana Santa a la Feria’. Este año se va a hacer largo, porque es más de un mes, no es como en Sevilla, que va todo rodado y seguro que, en algún momento, el personal ‘doblepiensa’ en la Semana Santa y la Feria. En Jerez no, aquí da tiempo a concentrar esfuerzos, a manejar los ritmos, aunque, por supuesto, hay cosas muy específicas, como puede ser el encargo de un traje de gitana determinado, que es y debe ser antes, mucho antes, de la Semana Santa.
En Jerez –igual en Sevilla, claro– hay gente a la que no le gusta la Semana Santa, claro, y a la que tampoco le gusta la Feria, pero es difícil encontrar a alguien a quien no le guste ninguna de las dos cosas (que las habrá, vaya… y bien, eh, que se puede vivir tan ricamente). Personalmente, creo que ahí hay gente ya de cierta edad, con sus vivencias, a la que una u otra (o las dos) le trae recuerdos de ‘cosas que ya no están en su sitio’, de gente que ya no está o no está donde pensamos que debiera y se la echa de menos, es decir, no se trata tanto de que no te guste –en realidad, creo que este artículo está tomando un evidente sesgo hacia la Feria– como de que de ‘ya no te gusta’: ese pequeño matiz.
Ahora que en la Unión Europea vuelve a hablarse de los biorritmos, se cuestiona el horario por el que se rigen los Estados miembros y crece el número de seguidores de volver incluso al horario solar porque es el más próximo al ciclo de la vida y, en teoría, debe ser más sano, ‘De la Semana Santa a la Feria’ no deja de ser una especie biorritmo propio, más perceptible en una ciudad mediana como Jerez que en una gran capital como Sevilla, pese a todo lo que significa la Feria de Abril para los sevillanos. En una ciudad mediana, las cosas pequeñas pesan más, se atiende a esos detalles, se abre el compás de espera entre lo que fue, entre la Semana Santa que acabó, y la Feria del Caballo por venir, algo así como esa expresión anglosajona de ‘la viuda embarazada’: algo murió, pero algo está por llegar. En Jerez, por ejemplo, pese a que la Semana Santa no ha sido tal a efectos económicos (ni de ningún otro), los ‘días tontos’ se notan en los bares del centro, a la espera de que llegue el jueves (y eso que toda la semana se han visto seguidores del Athletic Club de Bilbao, que todo hay que decirlo) y tire para arriba. La gente, mucha gente –y sus bolsillos, por supuesto– están ya en otra cosa, que se llama Feria.
En Jerez, no obstante, ese equilibrio entre la Semana Santa y la Feria del Caballo en la centralidad del calendario festivo parece haberse roto en los últimos años con la irrupción de la Zambomba. Casi un mes de festejos que se concentran solo en los fines de semana, festivos y su antesala, otro concepto distinto del de ‘la semana’ que representan las dos fiestas (si a la Semana Santa se le puede llamar propiamente fiesta). La Zambomba tiene elementos similares, como es la evidente ‘contención’ de noviembre, entre el verano que se acaba de ir y la Navidad cada vez más tempranera que tanto interesa a los hosteleros y al Ayuntamiento, pero le falta todavía algo. No solo el rechazo creciente entre muchos jerezanos al constatar lo que es y lo que debería ser, y todo en un tiempo récord, sino que tal vez sea el biorritmo. Y eso, queridas lectoras, estimados lectores, es como la gracia o la elegancia: se tiene o no se tiene...
Comentarios