Hablando de todo un poco, una vez, uno de los hermanos de este cronista, le dijo que le costaba quedar con algunos de sus amigos porque hablaban continuamente de vino y a él le resultaba bastante pesado. Vaya, esa edad en que habían dado el gran paso adelante de dejar atrás hablar (solo) de chicas, política o fútbol y, como todavía no había llegado el momento de hablar de los niños y aún faltaba más para los divorcios, se habían metido en lo del vino. Que si Rioja o Riberita, que si “los gran reserva me aburren”, que si “soy de tintos... ¡pero, ay, el albariño!”, que si “he descubierto (¡horror!, palabra para salir por piernas) esta denominación de origen” (no son de Jerez, así que no tengan en cuenta que no aparezca algo tipo ‘fino o manzanilla’). Como hermano mayor que, además, de vez en cuando escribe de vinos le respondí: “¿Te toca las narices lo del vino? Pues prepárate cuando empiecen con el aceite de oliva”, es lo que tenemos los hermanos mayores, siempre comprensivos con los problemas de los pequeños.
Esta introducción, excesivamente personal (lo siento), viene a cuento de demostrar con una pequeña e íntima parábola que el vino y el aceite persiguen a los españoles desde hace miles de años y que la idea es que sigan haciéndolo por los siglos de los siglos. Los productos del Mediterráneo, claro, la vid y el olivo, la civilización… y sostén, junto con el pescado, las hortalizas y los cereales de eso que unos científicos ingleses (como no podía ser de otra forma) dieron en llamar hace como un siglo dieta mediterránea, tras estudiar porqué en Grecia había tanto pobre octogenario, o sea, octogenario saludable, pero pobre, que no es exactamente lo mismo.
El vino y el aceite han sido, sin duda, dos de las grandes estrellas cada vez que se hablaba de cómo nos pueden afectar los aranceles de los Estados Unidos de Donald Trump, cuando no son para tanto. Es cierto que el anuncio del 200% para el vino dio para llenar unos cuantos titulares, de esos que demuestran que la prensa piensa que, efectivamente, Trump está como una regadera… pero a la vez le ‘compra’ todos los titulares porque da por supuesto que van a tener lectores, por gilipolleces evidentes que sean. Y, por supuesto, después del vino va el aceite de oliva. El otro día, un olivarero, por el apellido diría que catalán, aunque no estoy seguro, dejó algo meridianamente claro, y es que un arancel al 10% (e incluso aunque se hubiera mantenido la idea original del 20%) no va a afectar en absoluto al aceite en cuanto a subida de precios. ¿El motivo? Pues el descenso en origen del aceite debido a la buena cosecha. Es decir, sí, puede que el precio se encarezca un 10% automáticamente al cruzar la frontera de EEUU, pero como está saliendo mucho más barato de España, al final esta próxima campaña va a estar más barato en las estanterías, así que, si hay una bajada en la importación y en el consumo en dicho país, por ahí no va a ser.
Y es que el aceite y el vino son productos con lo que podríamos definir glamur. Puede que el producto más afectado sean gasolinas y otros refinados del petróleo (caso andaluz), pero es un rollo mandar a un equipo de televisión al Campo de Gibraltar o a Huelva porque EEUU deja de ser un mercado atractivo.
Ahora, que alguien amenace –solo amenace– al vino o al aceite... que inmediatamente se señalarán culpables, se exigirán excepciones, se buscarán alternativas y, finalmente, nuestros políticos montarán ‘minicumbres’ para analizar la situación unto con responsables sectoriales, caso de lo ocurrido hace unos días en Jerez. Por cierto, ya sabemos que con otros productos no habría ocurrido – es la tesis del artículo, a estas alturas no podemos desdecirnos, jaja– pero el Ayuntamiento de Jerez no ha alzado la voz con el caso del aceite de oliva, absolutamente al alza en la campiña jerezana.
Lectoras, lectores, no le den más vueltas. Una patata, aunque sea de La Barca (en el municipio de Jerez, al fin y al cabo) o La Algaida siempre será una simple patata, nunca vestirá tanto como una uva, ni siquiera como una aceituna. El mundo es así, siempre ha habido clases, incluso en mitad del campo…