Después de achicar a lo largo del día algo de agua que se coló por una cristalera de mi casa, el miércoles por la noche, sobre las nueve, este cronista decidió salir a dar una vuelta. El 'encierro' del teletrabajo no va con él –eso sí, está bien para los días en que andas algo acatarrado, tienes que llevar a los padres o a los niños al médico… pero no lo recomiendo para temas tipo ‘resaca’: lo mejor, digan lo que digan, es salir a tomar el aire, un par de cervezas y una tapa de huevas aliñás, es mano de santo (o de santa)–… total, que no acaba de empezar este símil de artículo y ya estamos con las digresiones.
Arrancamos de nuevo. Les decía que la noche del miércoles, el día de las inundaciones en Jerez de la Fra, la muy noble, muy leal y muy mojada, salí a dar una vuelta. No llovía, hacía buena temperatura, así que por qué no, después de todo el día en casa trabajando en remoto y dándole un par de ratos al mocho. Por supuesto, no había nadie, como suele pasar las noches en que ha ocurrido una desgracia, noches como las de la pandemia o, remontándonos en el tiempo, la del 11-M y consecutivas, donde recuerdo haber visto a un grupito de chavales en la plaza del Arenal celebrando, probablemente, el botellón más triste de la historia. Son noches que te llevan a eso, a fijarte más en cosas que no tienen la menor importancia, pero que, de alguna manera, se te quedan grabadas. Por ejemplo, el primer coche con el que me crucé fue un mini de esos con el techo pop, ajedrezado, que iba a buena velocidad (otro clásico de los días de desgracias). En la plaza Monti vi a las primeras dos personas y debo decir que no me gustó mucho su deambular, tenían algo como de ‘merodeadores’ en el sentido clásico de la expresión, pero claro, noches así se prestan no solo al paseo romántico (ahora hay que decir que en el sentido decimonónico de la palabra), sino también a la búsqueda y al palo. Dejados atrás los supuestos Rinconete y Cortadillo, alcancé sin más novedad la plaza del Arenal, rompeolas de Jerez de la Fra (para el lector foráneo). Me sorprendió el ruido que hacía la fuente o, mejor dicho, el silencio que había y que terminaba por dar amplitud al sonido del surtidor. Con todos los bares y comercios cerrados, apenas había tres personas, cuatro conmigo, todas solitarias, si por soledad se entiende, que creo que no es el caso, llevar también, como llevaba uno de los paseantes, uno de esos perrillos que de puro viejo parecen inmortales...
Eché un vistazo por la peatonal Lancería, ya sin coches después del disparate del tráfico improvisado que se montó para sortear el atasco en Santa María, al filo de las inundaciones en Honda y Arcos, y vi poca cosa, así que cogí por Consistorio, que con diez o doce personas a la vista parecía más animada, aunque todos los bares y restaurantes estaban cerrados: Marocla, Barragán, Albores, Cruz Blanca… bueno, es lo normal, me dije… tampoco estaba abierto el Tabanco, así que, con ganas ya de charlar con alguien de las vicisitudes del día, preferiblemente delante de una cerveza, enfilé hacia la plaza Plateros, la última bala. Bingo. Los guiris y turistas patrios tienen que cenar en algún sitio, así que qué mejor que el Gabriela, con la terraza (realmente no hacía frío ninguno) presentando buena entrada. Pero al fondo se veía algo de luz en el Gorila, casi tapado por tener toda la terraza recogida, pero no recogida, me explico, las sillas sobre las mesas, pero en la zona de la terraza.
¿Saben esa sensación, cuándo se está de viaje, pasando unos días fuera, de haber encontrado ‘el sitio’? ¿Ese bar o restaurante con cierto encanto, buen servicio, buena comida e incluso buen precio, preferiblemente sin (muchos) turistas? Pues algo parecido pasó esa noche oscura del alma del miércoles… En realidad, este cronista no lo dice por él, jajaja, no hace falta exagerar (aunque, por supuesto, había o llegaron amigos y conocidos, que parece que no tienen casa), lo digo por la pareja de treintañeros alemanes en la que ya había reparado el día anterior haciendo la compra en Simago –muy alta y guapa ella, por cierto, de buen ver él también– que, en ciudad ajena y tras todo lo ocurrido, sale y encuentra ‘el sitio’ donde seguir con sus vacaciones o lo que sea; o el grupo de ingleses que ataca las bravas como si fuera una delicatesen mientras piden otra ronda de cervezas o el grupito de españoles ‘de por arriba’ que, pese a estar en uno de esos escasos locales en Jerez en los que pone ‘cervecería’, se afanaban con el camarero por conocer más sobre el vino de Jerez y sus misterios…
La vida sigue rodando, amigas y amigos...
A modo de coda: este artículo se escribió antes de que se conociera en toda su magnitud la tragedia de Valencia.
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