La matria y la patria

La tierra nos hermana: los paisajes, olores y colores de los lugares que construyen nuestro universo neuronal

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Miembro de la Asociación de Hombres Igualitarios de Andalucía. (A Rocío siempre, antes, después y luego)

Imagen del río Guadalquivir, con el puente de San Telmo al fondo.
Imagen del río Guadalquivir, con el puente de San Telmo al fondo. MANU GARCÍA

Es agosto, hace mucho calor, y hoy no escribo sobre masculinidades ni hombres.

La patria pertenece a la esfera de lo inmaterial, a los afectos que expresan lo que sentimos: los recuerdos que nos conmueven, el lugar donde vivieron nuestros antepasados, amigos y amigas, la primera persona a la que amamos y donde dimos y recibimos nuestro primer beso. La patria es un anclaje a la tierra que nos ofrece pertenencia y recuerda que tenemos un lugar en el mundo. La patria conforma parte de nuestra identidad.

Sin embargo, yo me inclino por la matria, porque es ella quien nos proporciona la vida. La patria es un sentimiento común, un bien colectivo para todos y todas las que la sienten, sin importar nada más.

Soy español porque tengo un número de identificación y estoy inscrito en un registro oficial que lo acredita. Lo acepto, pero no me siento muy de allí. En contraste, no tengo ningún papel que diga que soy andaluz y, sin embargo, así lo siento. Paradojas de la vida, que transcurre por caminos extraños al de las emociones.

La tierra nos hermana: los paisajes, olores y colores de los lugares que construyen nuestro universo neuronal. La proximidad, los contactos, el roce. Por ejemplo, el río Guadalquivir nos une a 'pares' y 'miarmas'. Por eso, quizá, nada de aquella tierra me sea ajeno. Las cosas de allí las celebro y me entristecen como las de aquí; imagino que a la inversa debe ser parecido. El agua nos abraza y eso crea lazos que ninguna demarcación territorial, documento o registro puede crear.

Al reflexionar, me convenzo de que esa es la patria, o mejor, la matria que deseo: la de las emociones y los sentidos, la de los hombres y mujeres que viven y trabajan, la de quienes deciden su identidad y orientación en libertad, la de las puestas de sol mirando a Malandar, la de Maruja y Gabriela, las papas con sabor a albariza, y un gorrión en las Mil pesetas. No la de las superioridades, banderas, pulseras, violencias, guerras y machismo. Tampoco la del señorito andaluz, la de los nacionalismos que excluyen, o los fascismos que matan.

Mi matria está en el bajo Guadalquivir. "Si me pierdo, que me busquen...", dice la letra de una conocida sevillana.

Feliz e igualitario verano.

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