Ya empiezan a salir las listas de los mejores libros del 2024. Han salido las de los medios de alto copete del país, y las de algunos columnistas afamados, buenos escritores y también lectores, como José Antonio Montano o Alberto Olmos. Faltaba yo.
Lo primero que debo apuntar es que no he podido leer demasiado al verme abocado a navegar en un mar —turbulento— de leyes. Por ejemplo, me dejo en el tintero del año que viene lo último de Abraham Guerrero Tenorio, 'Polvo y tierra', que ha publicado hace muy poquito en la editorial Isla Elefante. Ese y otros tantos que ahora no logro recordar pero que estoy convencido de que son libros estupendos; pero he tenido tan poco tiempo... Y se publican tantos libros... Además, uno ha leído obras que no son novedades como 'El huracán lleva tu nombre', de Jaime Bayly, la antología de Renacimiento —relectura en esta ocasión— de Javier Salvago o el divertidísimo y estimulante 'Leer no sirve para nada' (Ediciones Monóculo, 2023), una colección de artículos que destila un amor gigantesco por los libros, desde Neruda hasta Harry Potter, pero también unas memorias de su autor, Jesús Beades, dedicadas a sus hijos, repletas de anécdotas personales tan emotivas (que no cursis) como divertidas.
Pero vamos ya al lío. Para empezar, tengo que señalar obligatoriamente los '80.000 soldados de terracota' (Isla Elefante, 2024), de Maribel Andrés Llamero. Un libro que me pareció magnífico antes de que se lo pareciese a Fernando Aramburu; se lo comentaba al amigo Félix Moyano por WhatsApp. Fue un libro que en ese momento me reconcilió con la poesía. Me encontré a la poeta que me había encontrado en Los inútiles (Isla Elefante, 2022), pero esta vez con un punto de desgarro, una tonalidad que no le había visto antes y que me encantó. Esos poemas en torno al padre, a su enfermedad y al amor, en definitiva, me parecieron hermosos. Un libro al que volver.
Otro libro que disfruté muchísimo fue 'Después del pop', uno de los accésits del premio Adonáis 2023, que se publicó a principios de este año. La autora, onubense como yo, logró aportar dentro de la estética naif a la que se adscribe una nota muy personal. Encontré, sin duda, el mejor ejemplar de esta poética que tiene como referentes principales a autoras como Gloria Fuertes o Idea Vilariño. Fue Alba Flores quien reinauguró en la última poesía joven esta estética del sentir adolescente, y luego han seguido esta línea otros autores y otras autoras; pero Elisa Fernández consigue imponerse a todos ellos.
Y por último, mencionaría otros dos libros de poemas que recuerdo. Hablo de 'Oro en las grietas', de Lorenzo Roal, último Premio Hiperión, y 'Raíz dulce', de Juan F. Rivero, flamante ganador del Ojo Crítico. Dos libros magníficos, dos premios merecidísimos. En poesía, desde luego, no tiene razón Olmos cuando dice que los premios no han aportado nada nuevo. Aquí han acertado.
En prosa me quedo con varios libros. El último que he leído tengo que añadirlo a la lista. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de una lectura. Estoy hablando de 'El mejor libro del mundo', de Manuel Vilas. Un libro que de novela tiene entre poco y nada, pero que tiene la cualidad que debemos exigirle a todos los libros con los que nos crucemos, sean del género que sean: que es muy bueno. Un libro que sale de la entraña, y se nota. Un libro de prosas, un compendio de entradas de diario donde vemos al Vilas más alucinado —y alucinante— ofrecernos una mirada del mundo, entre pesimista y celebratoria, que te contagia de fervor por la literatura y, sobre todo, por la vida. Uno detiene la lectura de Vilas y quiere salir a las calles a comerse el mundo. Quiere quedar con amigos e irse de copas; quiere ir a comer a un buen restaurante y darle un festín a los sentidos; le apetece a uno hacer el amor; salir a hablar con la gente, a contagiarse de esos seres extraños que pueblan las calles… O sea, vivir. Cuando uno lee 'El mejor libro del mundo', se le antoja vivir. Un libro para leer y releer. Lo mejor que ha publicado desde 'Ordesa'.
Hablaba de festín, y no me podía dejar fuera el festín de la literatura y del lenguaje que es el novelón —en todos los sentidos, ya que hablamos de un tocho que frisa las 900 páginas—, que se ha publicado este año: 'Mil ojos esconde la noche', de Juan Manuel de Prada. Un libro que nos devuelve, como lo hizo con 'Las máscaras del héroe', la mejor tradición literaria española: Cervantes, Quevedo, Valle, Gómez de la Serna, Cela, Umbral… Todos ellos cobran vida en esta novela de Juan Manuel de Prada. Y eso da siempre mucho gusto.
Y, por último, señalo 'Mecánica popular', de Pedro Juan Gutiérrez, su último libro de relatos desde Trilogía sucia de La Habana, y el nuevo diario de Miguel Ángel Hernández (alias MAHN), 'Tiempo por venir'. Estos últimos empezó a publicarlos semanalmente en el periódico con el nombre más pretencioso de la historia de la humanidad: La Verdad. Fue entonces cuando me convertí en un devoto de los diarios de MAHN; mi único afán en esos domingos nihilistas era bucear en la rutina de Miguel Ángel Hernández, que me hablase de cómo llevaba la novela en la que andaba inmerso (la que luego fue 'Anoxia', estupenda novela austeriana que podría formar parte de esta lista si no fuese de 2023...), dónde había ido a tomarse unas cervezas con unos amigos, a qué sarao literario lo habían llevado, cómo estaba llevando la pandemia, qué series o películas estaba viendo, qué le parecían... Le mando un mensaje desde aquí: MAHN, no dejes de escribir diarios, por favor. No nos hagas eso a tus lectores. Probablemente, los suyos sean uno de los mejores diarios de vida, pero sobre todo de escritura, que se publican en la actualidad. Por lo mucho que se desnuda, tanto a la hora de abordar el proceso creativo: las vacilaciones, la rutina, las reescrituras… como cuando aborda la propia intimidad. Fundamentales.
Estas son algunas de las lecturas —de novedades, insisto— que más he disfrutado este año. Espero el año que viene poder leer mucho más: más clásicos, más novedades y más de todo. Querrá decir que he salido victorioso de ese mar de leyes, y que este Alejandro (que no Leandro) ha podido llegar a la otra orilla y gozar de su amada Hero: mi plaza de funcionario.