Recuerden los discursos de hace cinco años. Nos decían que aquella pandemia nos serviría para aprender a valorar lo importante. Y que íbamos a salir del estado de alarma siendo mejores. La responsabilidad y la solidaridad de los ciudadanos conmovieron a las autoridades. En mi pueblo, Piña de Campos, el Ayuntamiento agradeció a los vecinos su comportamiento ejemplar con un diploma.
Los gobernantes aprendieron a distinguir lo necesario de lo superfluo. De repente, se dieron cuenta de que el gasto en sanidad debía aumentar. El sistema debía ser reforzado, con más recursos, más medios técnicos y más personal. Algo parecido sucedió con el sistema educativo, los transportes o la producción de alimentos. Había que prepararse para afrontar los nuevos retos… Una nueva escala de valores había nacido. Primero las necesidades básicas y la solidaridad, luego el resto.
Esa nueva tabla de valores pronto se volvió un espejismo, una ficción, quizás un engaño. Hoy la sociedad civil sigue teniendo claro cuáles son esas necesidades. Sin embargo, parece que los gobiernos y las instituciones se dedican a otros asuntos, ajenos a la vida de las gentes.
Ahora los discursos son otros. Hay que aumentar el gasto en defensa para alcanzar la autonomía estratégica. No hay que depender del paraguas militar de los Estados Unidos de América. La disciplina presupuestaria ya no importa. El problema del déficit público está en otro plano. No se penalizará al que se pase del límite. El gasto en políticas sociales no se verá afectado. Es un asunto de responsabilidad colectiva…
Nos han vuelto a meter el miedo en el cuerpo. Y nos quieren convencer de que todo se arreglará construyendo más armas para matar gente. Nos dan a entender que hay unas leyes de la política que escapan a nuestra comprensión. Y que somos unos irresponsables si nos negamos a seguir el juego de la guerra y la industria de las armas. Hablan de de otra solidaridad, por lo visto. No es el mismo concepto que usábamos hace cinco años.
La escalada militar no es una solución. Nunca lo ha sido. Ese aumento del gasto en defensa es un síntoma de que gran parte de las instituciones internacionales han fracasado. No han sabido mantener la paz. Las invasiones, los bombardeos sobre población civil… Siempre pagan los mismos. ¿No se les ha ocurrido revisar el funcionamiento de esos organismos mundiales?
Que ahora se hable de responsabilidad y solidaridad para seguir preparando la guerra es una indecencia política. ¡Que viene el lobo! ¡No seáis irresponsables! ¡El buenismo no es inteligente! ¡Hay que ser realistas y armarnos hasta los dientes! El truco del miedo en el cuerpo está funcionando. Deberíamos estar planteando una huelga general para recordar a los gobiernos europeos que los ciudadanos sabemos cuáles son nuestras necesidades básicas y nuestros valores: y la guerra no está entre ellos.