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Otra ocasión perdida para encontrar nuevos amigos, nuevos compañeros de fatigas, por mi torpeza para las relaciones sociales. Por mi maldita misantropía.

Hace algunos años me abordó un señor junto a un supermercado. Acababa de aparcar su coche al lado de mi plaza de estacionamiento. Yo me disponía a abrir el mío para marcharme y él se acercó:

-¡Kia Río! Sí señor, Kia Río, dijo tocándolo suavemente como si acariciara el anca de un caballo. Ahí lo tiene usted –dijo, señalando el suyo-. Va a hacer casi trece años y me ha llevado dos veces a Barcelona, y a Tarragona. Ahora, eso sí, sus cambios de aceite, sus filtros, sus revisiones… A mi hijo no le gusta, yo no sé por qué… pero ahí lo tiene usted. Como si tal cosa. Yo no sé por qué no le gusta a mi hijo…

Verdaderamente yo no sabía qué hacer, si darle un abrazo o irme con él a un buen tabanco a celebrar que teníamos la misma marca de coche. Traté de poner un gesto indefinido entre la corrección y la complicidad pero no acertaba a responder nada con sentido.

-Ya le digo, trece años. Ahí lo tiene usted. A Barcelona…, insistía.

Y palmeándome la espalda, como antes había hecho con mi coche y mucho antes –quizás- con su caballo, se despidió: 

-Encantado de conocerle, amigo. Buenos días.

Ahora sí vi clara la respuesta que tenía que darle:

-Muy buenos días. Encantado, le respondí.

Me volví a casa con la curiosidad de saber qué tipo de motivación habría llevado a aquél señor a dirigirse a mí para comunicarme la satisfacción que sentía por el rendimiento de su coche y la rareza de los gustos de su hijo. Quizás el hecho de compartir marca de coche suponga un rasgo de identidad importante en la configuración de un grupo social, extremo éste que yo nunca había pensado. ¡A saber la de cosas en común que compartimos los propietarios de coches Kía Río, además de tener hijos con el gusto tan mal educado! No lo sé. A lo mejor, mi amigo buscaba simplemente una ocasión para charlar un rato, y con quién mejor que con una persona -compañero, amigo, camarada- que supiera valorar su coche como Dios manda, harto como estaba de explicárselo a su hijo, inútilmente.

Ahora me arrepiento de no haberle pedido el teléfono para poder citarnos de cuando en cuando. Puedo imaginarme largas conversaciones peripatéticas, paseando despacio por la Alameda Vieja o por el parque González Hontoria, sobre el sentido de la vida y las diferentes marcas de coches, hundido ya el sol en el horizonte crepuscular. O perfilando el significado de la expresión “como si tal cosa”: ¿impasible? ¿resistente? ¿despreocupado? ¿ensimismado?

Otra ocasión perdida para encontrar nuevos amigos, nuevos compañeros de fatigas, por mi torpeza para las relaciones sociales. Por mi maldita misantropía.

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