Uno de los platos del Balneario Beach Club.
Uno de los platos del Balneario Beach Club.

Desde el Observatorio Ornitológico de Cazalla, enfrente, a tiro de piedra, Ceuta, Tánger Med, Malabata, Espartel. Hoy es un día claro de poniente suave y el Estrecho muestra su faz más amable. Su azul dormido se deja acariciar por los cargueros y el intenso fluir de almas sobre el agua. Mi mirada busca el faro vigilante de la Isla. Mar Mediterráneo. Océano Atlántico. Y ya casi está el Ferry en Playa Chica. El Sagrado Corazón bendice a los viajeros. Ay, cómo no dejarse deslumbrar por este trasiego de idas y venidas, diarios gestos de amor cotidiano y sirenas de barcos. Tarifa es un sueño. Y hay muchas formas de descubrirla y amarla. Y se la debe besar con los ojos cerrados, para abrirlos cuando quieran las gaviotas, furiosas:  compiten con los hombres pájaro y sus cometas de colores, alas prestadas para plantar cara a los elementos. Las olas los impulsan al infinito. Por eso, callejeamos para respirar la intemporalidad por todas las esquinas del pueblo de los veranos deseados, recordados, irreversibles como los tatuajes. Nos acercamos, ávidos de arena, a sentir las acrobacias, y en primera fila, en el Balneario Beach Club,nos lleguen al corazón. Mira cómo saltan, mira cómo vuelan. Volamos también. Qué vivos estamos. Y allí, la belleza sin edad de lo que se anhela, apasionadamente, el hedonismo que incluso llega a doler por el temor a perder cada sensación inexplicable, como la magia verdadera, de este su que late dentro y que no está en ningún mapa. Lo poesía está aquí, y nos abraza, en cada sabor que nos sale al encuentro y mientras las manos, acrobáticas también, se buscan para rozarse bajo la mesa, llega el brioche de langostino en tempura con mayo kimchi, furikake y huevas tobiko. Calla, que no está bien gritar de placer, o sí. Hay que contenerse. Y ahora el mollete de calamares con pesto rojo, cebolla caramelizada y mayonesa japo, y los huevos rotos con tartar de atún rojo salvaje, habitas baby confitadas, nequi y shichimi. 

Imagen de una torrija en un chiringuito de Cuaresma.
Imagen de una torrija en un chiringuito de Cuaresma.

Todo se comparte. Aunque la torrija con helado de pistacho sepa a poco a dos bocas, dos ansias de todo lo dulce, locos por la vida.

Sí, queríamos huir de los tópicos, y aunque parezca que es difícil no sucumbir ante la ciudad en la que sueña el viento, y muchas de sus postales para Instagram, se puede caer en la esencia más surfera y chic sin perder de vista el carácter pesquero, andaluz, fronterizo y maravilloso que convive con las tiendas caras y con las caras de los guiris. Sí. Son los que saben vivirla más a fondo y quizás algo debamos aprender de ellos. Qué afortunados somos de haber nacido en esta tierra de ventolera y sol. 

Bocadillo de calamares en Tarifa.
Bocadillo de calamares en Tarifa.

El Balneario es paso obligatorio. Pronto, más lugares sorprendentes y distintos. Y cómo no, oraremos por Guzmán el Bueno, para evocar huellas antiguas y bellísimas que se respiran, como el salitre, si nos perdemos entre sus plazas, para llevarnos su legado en las retinas.

Tarifa es un sueño, y además, es nuestra casa.

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