No puedo estar triste

Me aferro a la esperanza, con fuerza, y mi asidero es el recuerdo de otros tiempos en los que no existían las realidades virtuales en las que, deshumanizados, todo está permitido

25 de marzo de 2025 a las 11:48h
Fotograma de la serie 'Adolescencia' de Netflix.
Fotograma de la serie 'Adolescencia' de Netflix.

Ya no puedo estar triste, no me lo puedo permitir. No tengo derecho a echar de menos la ilusión del comienzo, la fe y la vocación. Una compañera se consuela durante el café refiriéndose a este trabajo como “alimentadero” con todas las vacaciones del mundo a ojos de los demás. Cierto es que se vivieron momentos inolvidables en el aula, de eso hace ya mucho tiempo. Realización, pasión, alegría, orgullo. En los ojos de los alumnos, respeto, admiración, cariño. En el claustro, corporatividad, empatía, apoyo. Lo recuerdo. Sí.

Pero no puedo estar triste, no me lo puedo permitir, porque se apilan los informes, el papeleo interminable, el juicio y el prejuicio de los que estamos siempre expuestos y no podemos cometer errores. En una escena de la serie El joven Sheldon, el protagonista se encuentra en un supermercado con uno de sus docentes, y tal es su perplejidad que la respuesta que recibe es: los profesores somos humanos también, y necesitamos comprar comida. Siempre esa visión distorsionada del enseñante, antes quizás sobredimensionada, y en estos tiempos, más bien todo lo contrario.

A veces he necesitado un espejo para comprobar que no soy un teleñeco o una marioneta grotesca profiriendo extraños sonidos, en lugar de una profesional que intenta dar una clase, o simplemente que se escuche mi voz, en un aula con personitas por hacer, la mayoría de las veces a la deriva, lo sé, no se puede generalizar, a las que no les importa un pimiento nada de lo que se les intenta enseñar. No es mi intención la negatividad ni el hundimiento anímico de quien me lee, ni tampoco es esto un desahogo, sino una exposición a corazón abierto, sí, me arriesgo.

Todo el mundo y nadie quiere ser enseñante de Secundaria. Se ambiciona el puesto fijo, la suavidad de los barrotes, el soñado funcionariado, la intocabilidad de estar en el sistema. Venga, efecto llamada, a opositar se ha dicho, como si fuera fácil. Pero nadie quiere ser el blanco de la violencia del papá y la mamá de su hijo excepcional, del que lo desconocen absolutamente todo.

A nadie se le ocurriría dejarse buena parte de lo mejor de la vida en la lucha por tener días libres copados de exámenes por corregir, carga psicológica tremenda, magulladuras graves en la autoestima, presión por no poder evaluar de forma real, no vaya a ser un problema, toneladas de burocracia sin sentido, contenidos obsoletos, leyes que cambian según vire el viento, cientos de ojos sobre la chepa, la sombra de la inspección año tras año sobre los equipos directivos enterrados en papeles, familias con todos los derechos pero que ignoran a propósito los deberes y los cimientos básicos de la educación, la falta de prestigio social y reconocimiento, la lástima generalizada en la opinión pública: ay, yo no podría ser profe, qué horror.

Y sí, les confieso que ver la serie de la que todo el mundo habla, Adolescencia, ha vuelto a removerme y prender la mecha. Sobre todo en la afirmación del policía cuando visita el centro escolar “parece un puto corral en el que nadie aprende”. De todas formas, excepto a los opositores y los sindicatos, la escuela por desgracia no le preocupa mucho a nadie, ni se admira ni se les da el valor que tienen a los docentes, valor por lo que valen, y valor para sobrevivir a tantos frentes abiertos, fuegos cruzados, y batallas perdidas.

Sé que en algún momento cambiará el panorama. Me aferro a la esperanza, con fuerza, y mi asidero es el recuerdo de otros tiempos en los que no existían las realidades virtuales en las que, deshumanizados, todo está permitido. Ya les digo, que no voy a estar triste, no me lo puedo permitir, ni nos lo podemos permitir nadie en estos momentos. Mejor buscar refugio en la ira, en la rebeldía contra el gigante de odio que lo manipula todo, y entrenar la sonrisa y las ganas. No lo sé. Ojalá mañana al despertar sea cierto, y al verbalizarlo no haya trasfondo de tristeza, que el oficio de maestro es el mejor del mundo.

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