Gastropoesía
Muchas veces a lo largo de mi trayectoria me han preguntado sobre el sentido de la poesía. En mi definición del género literario que considero mi medio natural, o al menos en el que he sido muy feliz aunque ha dolido y duele en muchas ocasiones, defiendo siempre que el hecho poético trasciende las palabras. La poesía está en todas partes, y comparte con el arte de la fotografía el saber mirar para ver, detectarla. Ahí hay una foto. Ahí hay un poema. En la belleza, en lo que nos conecta con nuestra voz interna: lo que somos. Poesía es vida.
Ése es el concepto que traigo, sin descubrir nada nuevo, a esta sección. La poesía sale al encuentro en nuestro entorno, y late en los sentidos. También en lo sabores, y los lugares donde encontrarlos. Y es que a lo mejor es cierto que el cerebro emocional, su inteligencia, está en el estómago. Momentos dulces, amargos, salados, indescriptibles. Paladear la vida es un arte, y el sabor, como el aroma de la persona que se ama, del hogar, de la infancia, de cada momento que nos construye.
Gastropoesía, ¿por qué no? Alquimia de creación poética al disfrutar de un bocado como se disfruta de un verso.
Quizás es ambicioso, pero sin ambición no hay crecimiento ni verdadero disfrute.
Cada semana, aquí en lavozdelsur.es traeré, si ustedes me lo permiten, gastropoesía, a veces como recomendaciones de lugares, otras compartiendo experiencias que son muy de tener el morro fino, y la sensibilidad a flor de piel. Ganas de vivir.
Empezamos.
Ni el calor de finales de julio ni el gentío en la frontera pudieron empañar una experiencia que, envuelta en la nebulosa del recuerdo, se ha convertido en un ensueño de aromas intensos, que me invaden con dolorosa nitidez para robarme la tranquilidad y desear, con fervor, regresar a Chefchaouen.
Las hijas del Dar que nos cobija, maquillan de añil el suelo y las paredes de madrugada. Las vimos en su afán de acicalar y hacer brillar cada rincón para deslumbrar con dignidad apabullante a los visitantes, que, embelesados, no queremos volver jamás a la vida que conocemos. En el alma femenina de Chefchaouen asoma la decadencia bajo la hermosura.
Callejuelas de postal, gatos y pintorescos habitantes con los que nos cruzamos. Cómo no dejarse abrazar allí mismo por las musas si toda la ciudad es pura inspiración. Por eso la poesía sale al encuentro, y bien lo sabe el poeta jerezano Francisco J, Márquez, quien en sus Días en Chaouen capta el asombro y el impacto emocional de este lugar señalado del mundo.

Lattifa
Deshoja la flor
de su juventud, pétalo
tras pétalo en la tienda.
Se sienta en los roídos
escalones y espera
mientras el tiempo pasa
detrás de los turistas
Han pasado unos meses
y en mi bolsillo guardo
como otro souvenir
el sol de su sonrisa
Francisco J. Márquez
La Perla Azul supera los tópicos y descripciones de las guías de viajes al uso. Pero hay que poner el alma a punto para disfrutar de forma diferente, sin expectativas, con el corazón abierto y dispuesto. Y he ahí la poesía, la que atraviesa los sentidos y eleva el espíritu, también a través de los sabores, la tinta mágica que escribe poemas en el aire que respiramos.
Por eso, el primer lugar gastropoético, me lo van a permitir, está al otro lado del Estrecho.

Vente, te voy a llevar a un sitio que te va a gustar. Y de la mano, culebreamos, hasta llegar a Sofía, uno de los restaurantes que ya forman parte del inventario de maravillas íntimo que ahora comparto con los lectores. No se trata de un selecto restaurante, sino del sitio de confianza al que van los chauníes con los suyos después quizás de una mañana de paseo por la cercana plaza Uta el-Hamman a reponer fuerzas con comida casera. Manteles de hule, decoración sencilla en la terraza, jarapas sobre los sillones, encantador servicio en las mesas y ambiente alegre entre las familias que nos rodeaban. Quizás ese día éramos los únicos turistas en Sofía, y créanme, es una suerte. Una limonada con hierbabuena, y a tomar la difícil decisión de elegir platos sin caer en la tentación de comer con los ojos.
Rollitos de pastela, delicados canutillos de hojaldre rellenos de pollo, cebolla, huevo, azúcar y canela. Un sabroso tajín de pollo, patatas, zanahorias y calabacín, por supuesto el imprescindible té, y de postre, naranja con canela y azúcar. Claro, no nos podíamos ir sin probar los exquisitos dulces de la casa, pastelitos tradicionales de elaboración propia, que en nada se parecen a los que acostumbramos a comer en teterías patrias.

Volveré a Sofía, seguro, con más certeza aún, ahora que se alinean los planetas. Mientras, déjenme recomendarles, y es un acto de amor, una visita al corazón hermoso del norte de Marruecos. Vuelen y sientan la poesía en el placer de comer, benditos alimentos del mundo. Gastropoesía, Morrofino y el arte de saborear la vida.