En las guerras, y en todos los conflictos en los que se utiliza la violencia con armamento más o menos destructivo, intervienen seres humanos; y este es precisamente el defecto que B. Brecht advertía del armamento por muy poderoso que pueda ser, como dice del tanque en su poema Contra la guerra. Es un defecto para quienes quieren producir la muerte del adversario porque tienen que contar con la inquebrantable voluntad de las personas a las que movilizan para la guerra. Y lo que podría o puede suceder es que algunas de esas personas que se disponen a matar se pregunte acerca de la justificación de esa acción. Seguramente encontrarán -ya se las ofrecieron quienes dirigen esa guerra- justificaciones jurídico-políticas, pero seguirán preguntándose, ¿es moralmente legítimo que pueda quitarle la vida a otra persona?
A I.Kant le producían admiración dos cuestiones que mostraban el sentido y racionalidad presentes en el mundo: el orden del universo y la capacidad moral del ser humano (“el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí”). En efecto, que en la sociedad se produzcan luchas de poder, se conformen relaciones de subordinación de unos grupos humanos sobre otros, que la violencia estructural impida a las clases subalternas la igualdad de oportunidades y la libertad real o que determinados conflictos acaben en las guerras, no quiere decir que no aparezcan momentos en los que el ser humano se interrogue y establezca un proceso reflexivo interno (el diálogo intrapersonal para actuar conforme al bien, que ya planteaba el propio Platón) sobre el valor de una acción que repercute en otros seres humanos, sobre la moralidad de la misma.
Y esto sucede, en mayor medida, cuando se trata de la participación directa o indirecta en una guerra. Es en ese momento, ineludible y desde su propia soledad, cuando el sujeto se reafirma en su deseo de no querer morir; y entonces puede preguntarse si lo correcto no sería que lo que no le gustaría que le sucediese a él, tampoco le debería suceder a otras personas, a nadie. Si no quiere que otros lo maten, entonces, él no debería querer matar a esos “otros”. Así, descubriría que la universalidad de esa norma, que quisiera que fuese válida para cualquier persona, es lo que hace que la acción de no matar sea moralmente valiosa. De esta manera, una de las formulaciones del kantiano imperativo categórico aparece intuitivamente en su reflexión ética convertida en imperativo de la disidencia: como negativa a participar en la guerra o como deserción de los frentes de guerra. Ese será el inicio del motor moral de paz que irá aumentando su fuerza conforme se extienda con el diálogo colectivo.
En febrero se cumplirán tres años desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania. Desde entonces han muerto cientos de miles de personas entre civiles y militares, tanto ucranianas como rusas, y varios millones han sido desplazadas de sus lugares de residencia. Pero el deseo de paz ha ido ganando terreno en ambos países y el apoyo a continuar la guerra, entre la población y en el seno de los propios ejércitos, ha ido decreciendo. El país invadido, Ucrania, tiene serias dificultades para mantener su ejército con el aumento del número de jóvenes que trata de eludir la incorporación a filas ocultándose o saliendo del país y, con todos los riesgos que ello supone, desertando del ejército (unos 80.000, más de la mitad en lo que va de año). La población, que había sido reticente hasta ahora, ya se inclina por iniciar negociaciones directas con Rusia (un 52% según los últimos sondeos).
En Rusia, el escaso apoyo de la población para mantener la guerra y a incorporarse al ejército, ha provocado una acuciante falta de efectivos militares aumentada por las decenas de miles de deserciones (a pesar de las dificultades para encontrar asilo), por lo que el Gobierno ruso ha tenido que ofrecer elevadas remuneraciones a los voluntarios que se incorporen a filas (hasta 5 y 6 salarios medios), con la consecuencia de que es la población más desfavorecida la que se convierte en carne de cañón de esa guerra. También ha tenido que recurrir a fuerzas militares de otro país, como es Corea de Norte.
El motor de paz puesto en marcha por los desertores e insumisos, por toda la población disidente, ha empezado a hacer mella en los dirigentes ucranianos y rusos. Ya se habla de la conveniencia de negociaciones y parece más posible que algún tipo de acuerdo, en el que haya cesiones en las pretensiones iniciales de ambos contendientes (retirada de Ucrania dejando que la población del Dombás pueda decidir su futuro encaje, mantenimiento de Ucrania fuera de la OTAN, etc.) pero que, sobre todo, contemple el alto el fuego inmediato, pueda producirse.
Puede ser que los gobernantes no escuchen ese clamor de paz que va a más y quieran resolver la guerra aumentando la carnicería humana con maniobras desesperadas que pueden agitar el fantasma nuclear. EEUU autorizó a Ucrania a utilizar misiles que alcancen territorio ruso. Rusia, por su parte, prueba sus nuevos y sofisticados misiles hipersónicos, como el sistema de misiles Oréshnik y drones kamikazes sobre Kiev y otras ciudades. EE.UU acelera el envío de armas a Ucrania y la OTAN presiona para que aumente el gasto militar en cada país aunque ello implique recortes en el gasto social.
Qué puede pasar este año que entra es una incógnita. En parte de la población europea también se empieza a notar cierto cansancio con la guerra y las consecuencias económicas del régimen de guerra, pero la movilización es mínima: el motor de paz no acaba de arrancar y, en estos momentos, sería decisiva la presión sobre los gobiernos europeos para que se sumaran al movimiento que pide el inicio de negociaciones. Es importante en estos momentos, porque los dirigentes rusos y ucranianos empiezan a tener dudas sobre sus capacidades militares y tienen a buena parte de la población enfrentada y cada más decidida a que la paz sea el único camino. En nuestras manos está poder inclinar la balanza a favor del alto el fuego y las negociaciones; lo contrario, nos acerca al desastre nuclear.
Comentarios