El artículo es de hace casi un siglo. Se titula Sobre la cama. Ahí sugiere Julio Camba (1884-1962) que a los españoles no nos convienen las camas francesas, ‘tan muelles, hondas y amplias’, mejor la pequeña e incómoda cama inglesa. De cuando el artículo, tampoco había televisores o eran pequeños como cajas de sombrero. Hoy no solo nuestras camas son altas y robustas, los televisores también son panorámicos y brillan en el interior de toda casa por humilde que sea. Un español o española sobre una de estas camas francesas, se siente muy bien, tanto como un pollito rubio en una de esas superpantallas viéndose retratado como un hermoso gallo de oro. Pero en realidad los únicos pollos franceses que vemos en televisión son los de Las recetas de Julie. Volviendo a Camba y su examen médico, podríamos preguntar si nos conviene ver en la tele, cada mediodía, a esos franceses tan tiesos chuparse la punta de los dedos con sus elaboradísimas recetas posteriormente comentadas como en sesiones de academia.
He consultado a vigilantes de obras, a pescadores, a libreros, a doulas, a profesoras de salsa… todos vemos Las recetas de Julie. Me temo que a ello contribuye la desafección por los informativos, tan alegres y tranquilizadores. También participa la extensión del programa. ¡Cuántos pueblos hay en Francia con cocina propia! Desde luego a los franceses no les hace falta abuela. Y aquí nosotros, cada mediodía, maravillados de ese hojaldre con mantequilla al que le ponen verduras guisadas, carnes atadas con aromáticas y más salsas y luego se tapa con más hojaldre y se mete en el horno. Cuando por fin lo sacan y clavan la punta del cuchillo al hojaldre, humea para los dioses del Olimpo y la pantalla misma del televisor se condensa levemente, mientras salivamos en casa sobre el lomo ibérico con patatas. Desconozco si los españoles ya somos mejores cocineros, pero es posible que cada tarde seamos un poco más hedonistas soñadores.
Siempre se dijo de nosotros que éramos austeros y recios. Y aunque ya no son los tiempos de Camba y del hambre, un médico bien formado seguirá recomendado no abusar. Vale, pero ¿y qué hacemos con estas camas tan grandes que tenemos? Pues no queda otra que soñar la vida que no tuvimos. Pero, dirán algunos, ¡eso precisamente ya nos lo ofrece la televisión! Pues entonces, la cama nos puede servir para soñar sobre la imposibilidad de alcanzar la vida soñada (es el culmen rebozado del placer inactivo). Yo por si acaso, veré si puedo reciclar la cama para el ataúd: por un buen descanso eterno.
¡Por culpa de Julie, me he recorrido mercados y puertos preguntando por el estómago de atún para hacer unos callos marineros! Por supuesto no he acabado cocinando eso, pero me lo he pasado muy bien conociendo gente nueva. Ahora pensaré si los convoco a todos en torno a una mesa bajo la sombra de un limonero, con jarras de gazpacho, tortilla de papas, un pollo guisado, y por favor que nadie hable del bouquet del vino, que lo echamos. (Sólo hay dos tipos de vinos, los bebíos y los por beber, Pepe Morillo dixit). Y si sobra un poco de caldo del pollo, lo guardamos y mañana nos hacemos un arroz.
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