La mujer del fondo de la sala

Cuando pienso en ti, te veo corriendo arriba y abajo por esa calle de barrio, casi volando con unos patines puestos

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Directora de Radio Unizar. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Una niña levanta la mano en una clase de religión, que quieren sacar del currículo escolar en Andalucía.
Una niña levanta la mano en una clase de religión, que quieren sacar del currículo escolar en Andalucía. SM

Nunca pensé que un día te escribiría a ti. Porque ya no sé dónde estás, aunque quiero encontrarte. Necesito volver a tenerte conmigo. Cuando siento en mis adentros que ni quedan fuerzas para buscarte, ni siquiera me acuerdo bien de cómo olías ni de cómo te reías, pero necesito ese olor y esa risa para levantarme al mundo. No recuerdo del todo cómo te gustaba jugar, ni soñar, ni pensar. Cómo imaginabas que sería el mundo. Eso ya no lo sé.

Siento que te lo debo todo, pero ya no me acuerdo bien de ti. Algunas veces me parece verte en las caras de otras, en los mofletes sonrosados, en ciertos pares de ojos oscuros y en algún que otro tirabuzón negro que se mece en un columpio. Con la lluvia de esta semana, creí verte bajo un pequeño chubasquero amarillo, pero no eras tú. 

Cuando pienso en ti, te veo corriendo arriba y abajo por esa calle de barrio, casi volando con unos patines puestos o pedaleando en tu pequeña bici BH verde —nunca supe de quién la heredaste—, te veo inseparable de tus muñecas, de tus cuentos, de tus libros, de tu walkman, de tu diario. Te veo montando un canal de televisión en la azotea, sin cámaras ni espectadores, pero con una presentadora mujer orquesta dispuesta a darlo todo, que eras tú misma. Te veo lanzándole penaltis a él, que siempre quiso un niño hasta que supo de lo que eras capaz. Te veo contándole historias a ella, porque nadie nunca supo escuchar mejor. Te veo enamorada de un paraguas con lunares de colores, del turrón de chocolate y de las luces de Navidad. Te veo contemplando las estrellas, cantando a voz en grito y avergonzándote de que te escucharan. Te veo enamorándote de Devon Sawa, de DiCaprio y de James Dean. Te veo escribiendo sin parar. Te veo riendo y llorando a mares, en esa edad de los absolutos en que se quiere o se odia. 

Por eso hoy, cansada y mucho menos fuerte que tú, he querido escribirte. Porque tú fuiste todo lo que yo quiero ser, solo que entonces no lo sabía. Por eso tenía tantas ganas de dejar tu piel y de convertirme en alguien más grande, porque no lo sabía. No sé qué pensarás de mí. Si te gusta lo que soy o cómo vivo, si estás orgullosa de mí, si esperabas algo más —eso seguro—, si te agrada en lo que nos he convertido, si sientes mucha vergüenza. Te juro que esto es mucho más difícil de lo que pensábamos cuando no sabíamos que iba tan en serio. Pensé que el mundo sería más sencillo para mí que para ti, pero toca seguir luchando porque nos matan, nos pagan menos y nos cuesta más llegar. Eso aún no hemos podido arreglarlo, pero tú no pienses en ello. Tú sigue cantando y riendo, para que yo pueda recordarte mejor.

"También es ella quien me enciende, cada vez que juego, cada vez que sueño, que arriesgo a ciegas, y me responde con sabiduría cada vez que me enredo en la madeja mental que no da tregua". Nina Ferrari, Poema a la niña que fui. Soñad en alto, niñas, soñad bien fuerte, hasta que os escuche la mujer del fondo de la sala, esa que se os parece un poco y que necesita vuestro grito para volver a saber quién es. 

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