Isla Mágica, en una imagen de archivo.
Isla Mágica, en una imagen de archivo. JOSÉ LUIS TIRADO

Esta semana he estado en Isla Mágica y, como cualquiera que visite el parque temático, he disfrutado de su decoración, sus atracciones, de ver disfrutar a mi familia, y de pasar un día sin otra preocupación que la de divertirme; sin embargo, durante todas las horas que pasé en el parque tuve tiempo de pararme a observar algunas cuestiones que llamaron mi atención.

Entre las cuestiones que llamaron mi atención, no pasó desapercibido el comportamiento de niños y adultos y las relaciones que se establecen entre ellos. Pude observar a padres y madres al servicio de sus pequeños, mientras estos exigían a sus progenitores cuestiones que se escapaban a su control, los padres se angustiaban por cumplir el deseo de sus infantes, llantos de rabia por el calor que hacía exigiendo a sus padres que hiciera menos calor, o comprar más chuches, o que les buscaran un sitio apropiado para ver un espectáculo mientras el recinto estaba abarrotado de personas, padres y madres angustiados por no poder cumplir los deseos de sus pequeños, miradas de 'perdonavidas' de niños y niñas a padres madres, pequeños que no medían menos de un metro y medio negociando con sus padres y madres el poder montarse en una atracción en la que por edad o altura no podían montar, pero sin duda lo que más llamó mi atención fue una conversación que 'cacé' al vuelo, mientras un adulto discutía con dos niños de 6 ó 7 años:

-¡Lo que tú estás haciendo es chulearme! Decía el adulto a uno de los niños, mientras caminaban.

-Eso es 'maltatratación' - le contestó el otro niño – puedes denunciarlo y que le caigan cuatro años de cárcel. Remató la conversación el mocoso.

-¡Te denuncio y te manda a la cárcel un niño con 6 años! Decían entre risas los dos niños.

Desconozco como terminaría la conversación porque seguí mi camino y no me quedé a ver como acababa aquella historia. Pero no paro de preguntarme en qué momento los adultos cedimos el poder a unos mocosos que no levantan un palmo de suelo.

Con esa edad, los padres pueden solventar la rabieta de su hijo por no tener la altura suficiente para montarse en el jaguar comprándole unas chuches, pero ¿qué pasará cuando las exigencias de ese niño ya crecido no puedan ser satisfechas con unas gominolas?

En demasiadas ocasiones se carga contra el colegio por la educación de los niños y niñas cuando son sus padres los que faltan a su obligación de educar a sus hijos, motivos puede haber miles, pero el principal es el miedo a ejercer la responsabilidad que se adquiere una vez que nace tu hijo o hija, un niño no puede tener la iniciativa en su relación con los adultos. Las consecuencias las veremos cuando estos niños se conviertan en adultos.

Fue un día muy entretenido y no solo por las atracciones, las relaciones humanas generan más expectación que cualquier montaña rusa.

“Sembrad en los niños ideas buenas, aunque no las entiendan; los años se encargarán de descifrarlas en su entendimiento y de hacerlas florecer en su corazón”. Maria Montessori.

 

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