No basta con saber historia

Hitler sabía lo que le había pasado a Napoleón al invadir Rusia, pero tenía la seguridad de que sus tropas aplastarían al enemigo antes de que llegara el Invierno

El Presidente Lyndon B. Johnson regala a Martin Luther King la pluma con la que firmó la ley del derecho a voto de los negros. BIBLIOTECA MIGUEL DE CERVANTES
El Presidente Lyndon B. Johnson regala a Martin Luther King la pluma con la que firmó la ley del derecho a voto de los negros. BIBLIOTECA MIGUEL DE CERVANTES

Se acostumbra a repetir que necesitamos conocer el pasado para construir el futuro. No es, por desgracia, tan fácil. Incluso en el supuesto de que conociéramos perfectamente la historia, nos haría falta discernimiento para aplicarla a la actualidad. Esa es una operación que no siempre se hace correctamente. Cuando Primera Guerra del Golfo, la coalición occidental justificó la respuesta armada contra Irak con un argumento del pasado. Había que evitar, esta vez, el error de Chamberlain, el premier británico, cuando cedió cobardemente ante Hitler en Múnich. Quién hacía ese tipo de afirmaciones algo sabía de historia: conocía a Chamberlain y su política fallida de apaciguamiento. Pero la amenaza que representaba Sadam Husein nada tenía que ver con la del Tercer Reich. Una fácil victoria militar demostraría, poco después, la falacia de la comparación con los años treinta. 

No era la primera vez, sin embargo, que la memoria del fascismo servía para tomar decisiones equivocadas en el presente. Peter Burke, el gran historiador del conocimiento, nos ofrece varios ejemplos de estas malas analogías en Ignorancia. Una historia global (Alianza, 2023). Así, en 1956, el primer ministro británico, Anthony Eden, ordenó una intervención en Egipto porque tomó a su líder, Nasser, por un nuevo Hitler. Como es sabido, Londres no obtuvo de esta operación sino un ridículo espantoso. Poco antes, Harry Truman, el presidente norteamericano, había propugnado una escalada bélica en Corea por que la actuación de los comunistas le recordaba el expansionismo de las potencias fascistas que condujo a la Segunda Guerra Mundial. 

Una vez más, existía conocimiento histórico. Lo que faltaba era inteligencia para evitar caer en similitudes fáciles pero simplistas. Lyndon B. Johnson no pudo resistir esta trampa intelectual y por eso se negó a retirar a Estados Unidos del avispero de Vietnam. Con las consecuencias que todos conocemos. El entonces inquilino de la Casa Blanca quería evitar la equivocación de Chamberlain al contemporizar con el Führer.    

En otras ocasiones puede suceder que una excesiva confianza en uno mismo juegue una mala pasada. Hitler sabía lo que le había pasado a Napoleón al invadir Rusia, pero tenía la seguridad de que sus tropas aplastarían al enemigo antes de que llegara el Invierno. Se equivocó y el resultado fue una catástrofe para Alemania pese a sus victorias iniciales. 

¿Significa todo esto que no debemos establecer paralelismos entre el presente y el pasado? No. Eso, como nos recuerda Burke, también sería peligroso. De lo que se trata es de utilizar la historia solo en los casos en que el conocimiento aporte algo relevante para nuestra acción. No existen, pues, varitas mágicas. Somos nosotros, en cada caso, los que debemos utilizar nuestra inteligencia y nuestro saber para resolver los problemas. Ninguna receta va a eximirnos de la obligación de pensar. Por paradójico que parezca, saber Historia también nos previene contra un empleo inadecuado del pasado que nos conduzca al abismo. 

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