Cuando los acontecimientos pintan mal y creemos que está en juego nuestra supervivencia prescindimos de lo que nos estorba, porque lo entendemos innecesario y superfluo. Es lo que le sucede a la izquierda, que aún no ha logrado decaparse del patriarcado, del machismo, y del pensamiento masculino hegemónico. Porque al igual que el patriarcado no afecta en exclusiva a los hombres, sino también a las mujeres, ocurre lo mismo con derecha e izquierda. Por eso las políticas de igualdad, y los derechos de las mujeres pasan a un segundo plano. Lo injustificable se justifica, y todo se supedita al objetivo, no importan los medios.
Intento escribir tomando distancia respecto a la disputa en la que se encuentra la izquierda en nuestro país, sin tomar partido, pero sí procurando dejar claro mi desconcierto por la mala imagen que los relatos mediáticos han conseguido vertebrar en una parte de la ciudadanía de izquierda, sobre todo en aquella que se encuentra en el centro izquierda, pues hablar hoy de socialdemocracia es colocarse en los terrenos de la radicalidad.
Estamos en un momento histórico donde los partidos de derecha y ultraderecha están siendo objeto de un blanqueamiento continúo y permanente, de forma que a los ojos de muchas personas su imagen no ya ni tan siquiera está mal vista, sino que incluso es aceptada, apoyada y votada. La desafección por la política, el desconocimiento de los contenidos de los programas, ideologías y propuestas de estas formaciones, el sesgo en la información dada por los grandes medios, y la desinformación generada por el tremendo ruido de las redes sociales, hacen que obviemos los efectos reales que, en las vidas de las gentes, en su seguridad, protección social, y en definitiva, bienestar, tienen estas políticas antidemocráticas y regresivas.
Un ejemplo palmario lo tenemos en las políticas de igualdad y el feminismo, donde los retrocesos que se anuncian en materia de derechos conseguidos, supresión del ministerio de igualdad, derogación de la Ley de libertad sexual, o de la Ley trans, causan terror.
Por eso me llama tanto la atención, el caso de a la ministra de igualdad, Irene Montero, y lo que un número importante de personas piensa de ella, de la Ley del solo sí es sí, y de la responsabilidad que le imputan, culpabilizándola de no haber dado marcha atrás, haciéndola directamente responsable de la interpretación que un número reducido de jueces ha hecho de la ley, que ha tenido como consecuencia la excarcelación de violadores. Es curioso que en ocasiones optemos por quedarnos con el discurso, lo hagamos nuestro, e incluso utilicemos.
El gran error de Irene Montero no ha sido otro que el de promover una ley que pone en el centro de la regulación jurídica la voluntad de las mujeres. Sí, su voluntad claramente expresada, porque recordemos que, hoy en día, la violencia machista es el único terrorismo que existe en nuestro país.
Seguridad de las mujeres, insertando en un texto legal, la necesidad del consentimiento expreso para determinar la voluntariedad de las relaciones sexuales (ahora solo sí es sí). Esto supone que es imprescindible esta manifestación positiva, y no la mera pasividad, el silencio, o la necesidad de una negativa expresa, para que las relaciones sexuales sean consideradas legal y judicialmente libremente aceptadas. Cuestión esta trascendental cuando hablamos delitos contra la libertad sexual. Porque hasta la aprobación de esta ley los hombres hemos gozado de “patente de corso” para interpretar a nuestro albedrío la voluntad de las mujeres, y bastaba una falda corta, una mirada, una sonrisa, o ni siquiera nada de eso, para entender que teníamos vía libre y cometer nuestras tropelías. Partíamos de la base de la supuesta superioridad intelectual y moral, y los privilegios masculinos que por ser hombres la sociedad nos concede y tolera, priorizando siempre nuestros derechos masculinos sobre los de las mujeres.
Porque este es el centro de la Ley, y no la aplicación regresiva que un sistema judicial patriarcal ampara, avalando las interpretaciones que algunos jueces han hecho de la ley en lo que respecta a la revisión de sentencias por delitos sexuales, en las que se realiza una rebaja de las penas, por aplicación de la nueva ley. No soy jurista, pero entiendo que el establecimiento de unas penas mínimas inferiores no obliga a los órganos judiciales a aplicar de forma automática estos nuevos mínimos, que bien pueden o deben considerar que la duración de las penas impuestas son las procedentes y justas, con independencia de su coincidencia con las mínimas fijadas por la ley. De otro lado, poner en el centro de la ley solo esta cuestión y no la figura trascendental del consentimiento es seguir empoderando el castigo (la pena), sobre la seguridad (el consentimiento), clave para la garantía de la libertad sexual de las mujeres.
No es casual, como mucho se ha dicho y escrito, y sí causal, que la persona más atacada, odiada, e incluso vetada, sea una mujer, de clase, y feminista. Una mujer que ha promovido medidas y leyes que, en materia del derecho de las mujeres a su seguridad e igualdad jurídica, son prestigiadas y puestas en valor por organizaciones europeas e internacionales. Y no lo es, por la sencilla razón de que el feminismo es el principal activo que tienen el progreso hoy en cualquier país del mundo, y las consecuciones en materia de derechos feministas son las únicas que están cuestionando y haciendo tambalear los cimientos de un sistema económico, social, político, cultural, religioso, que otorga al hombre el poder y los privilegios, y a las mujeres la categoría de ciudadanas, de segunda, de tercera, o ni tan siquiera ciudadanas. Esas son las razones de la elección de Irene Montero, de su defenestración, criminalización, e intento de destrucción política y personal, y por eso me genera tanta tristeza e incomprensión que parte de la izquierda, incluso del feminismo, participe de esta estrategia del machismo y la derecha, siendo incapaz de comprender lo que está en juego.
Porque parece que, en mayor o menor grado, hay algo que une a derecha e izquierda, y ese nexo es el machismo, la masculinidad, y el odio al feminismo, propio de un mundo de hombres. Ni Irene Montero, ni lo que representa importa, en la colaciones electorales siempre hay gente que se cae, dicen.
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