Pocos días después de una polémica similar con la ministra María Jesús Montero como blanco de críticas por su acento andaluz, esta semana le tocó el turno al presentador sevillano Roberto Leal. El también presentador —y vocacionalmente experto en salud pública— Pablo Motos preguntó a Leal si, ahora que va a presentar el concurso Pasapalabra, piensa “suavizar” su acento andaluz. La respuesta de Leal es para enmarcarla. Contundente al tiempo que elegante. Pero, a lo que voy, estamos habituados a que, cuando sucede algo como esto —y sucede cada dos por tres—, las redes sociales se llenen de mensajes reivindicando Andalucía como la tierra de Lorca, Velázquez, Góngora, Picasso, Juan Ramón, Machado, etc. Y todo ello es cierto, por supuesto, pero... ¿por qué tenemos que entrar de esa manera en una competición por la respetabilidad?
Cualquiera que viaje por España se dará cuenta de que hay muchísimos acentos en nuestro país. Y sí, puede que en ocasiones, cuando son muy cerrados, cueste entenderlos. Pero créanme, no sucede más en un pueblo estándar andaluz que en un pueblo estándar catalán, por poner un ejemplo. Y, sin embargo, existe este prejuicio respecto al acento andaluz que no se da con respecto al acento catalán, el gallego, el riojano o cualquier otro. ¿Casualidad? No. Clasismo.
Andalucía es efectivamente una región con una historia y un legado apabullantes, pero no es menos cierto que, desde su llegada tardía a la revolución industrial, ha sido también una región muy vinculada históricamente a la agricultura y, en general, al sector primario. Y esa es la asociación que algunos majaderos suelen hacer respecto al andaluz. No es una muestra de envidia por ser la tierra de Lorca, como leo en Twitter. Mucho menos nos critican por una cuestión de variantes lingüísticas. Lo que hay detrás, consciente o inconscientemente, es simple y puro clasismo. El mismo con el que nosotros nos referimos en ocasiones a países más pobres que nosotros.
Y, claro, ante la crítica, viene la justificación: no somos eso, somos otra cosa. No somos un campesino, somos Lorca. Y lo que vengo a decir hoy aquí es que no necesitamos a Lorca para justificar la dignidad de Andalucía. Porque no necesitamos justificarla. Porque no hay nada que justificar.
Con mi mirada poco tendente a pasiones nacionalistas, diría que nuestra dignidad como pueblo existe porque cualquier pueblo la tiene y la debe tener. Que la dignidad y hasta la grandeza de un pueblo no son algo reservado para grupos de seres de luz que han sido elegidos por alguna divinidad. Pero, eso sí, si tengo que defender la dignidad y la grandeza de mi tierra, de Andalucía, y de sus gentes, mi argumento no puede centrarse únicamente en que no somos una tierra de campesinos paletos, sino una con mucha cultura detrás. Porque esos campesinos pueden tener más dignidad y grandeza en cada pierna que el idiota que los critica. Y porque podemos y debemos sentirnos orgullosos de esas personas que años atrás trabajaron hasta partirse el lomo por nuestra tierra, o incluso por las de otros, contribuyendo a levantarlas económicamente. Y también por las que lo siguen haciendo. Porque, en tiempos convulsos como los actuales, nos damos cuenta de cuáles son realmente los “sectores esenciales”. Somos la tierra de Lorca, sí, pero también somos la tierra de muchísimos currantes, y no por ello tiene nadie derecho a cachondearse de su acento, que es el nuestro.
Por supuesto que es importante rechazar los estereotipos que nos encasillan. Pero no combatamos el clasismo con argumentos clasistas. Nuestro acento es parte de nuestro patrimonio cultural, y es tan legítimo y digno como cualquier otro de los que uno puede encontrar en cualquier rincón de España. Y no solo porque Lorca escribiera Poeta en Nueva York, que también. Y a mucha honra.
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