No al turismo masivo: el patrimonio no se vende

El patrimonio no es solo el importantísimo reguero de monumentos, espacios artísticos e históricos, los museos, parques y jardines, el urbanismo y fisonomía arquitectónica o el paisaje específico

Sergio Villalba Jiménez Foto 1

 Profesor de Educación Artística y Patrimonial de la Universidad de Sevilla

Protesta contra la turistificación en Sevilla.
Protesta contra la turistificación en Sevilla.

En la ciudad hispalense algo de brisa fresca entró este pasado miércoles día 26 en forma de denuncia social y concentración de camisetas negras bajo el lema “Stop Overtourism. No al turismo masivo”. El acto celebrado en la Plaza del Salvador es una más de las acciones que el colectivo “Sevilla se muere” viene desarrollando en sintonía con un despertar general de una ciudadanía, que pone el punto de mira en la implantación de un modelo turístico depredador con los espacios urbanos y patrimoniales de urbes, que están siendo convertidas en escenarios huecos e incompatibles con una convivencia y desarrollo armónico con los derechos de los propios residentes.

En consonancia con realidades similares del territorio español y otros focos internacionales con la misma deriva, se expone un mensaje claro y conciso para que propios y foráneos tomen conciencia de un problema ya estructuralmente difícil de revertir que, si continúa en la misma dinámica destructiva, podría hacernos pensar que el próximo consistorio electo no necesitará de la estructura actual organizativa, sino más bien de una directiva para la gestión de grandes parques de atracciones. Ironías amargas aparte y con resultados de turistificación ya nefastamente consolidados como Barcelona, Ámsterdam, Lisboa, Costa Amalfitana, Venecia y una lista negra en aumento, no se atisba metodología didáctica que aplicar para que los responsables de esta desastrosa situación entiendan la gravedad de sus acciones y comprendan lo que debe ser una ciudad en su esencia más interna. El panorama es sombrío y se extraña la no reacción colectiva, aunque el despertar social parece ir en aumento cuando el territorio ya no da más de sí hasta el colapso total (caso extremo de la insularidad de Canarias y Baleares), careciendo de alternativa realista para una vivienda asequible a residentes o incluso a trabajadores trasladados para cubrir plazas tan necesarias como personal sanitario o las propias fuerzas de seguridad. Que un servidor público tenga que vivir en una furgoneta o hacinado con otros compañeros porque no les llega el sueldo para el alquiler, es una especial vergüenza colectiva.

El patrimonio no es solo el importantísimo reguero de monumentos, espacios artísticos e históricos, los museos, parques y jardines, el urbanismo y fisonomía arquitectónica o el paisaje específico. Con la misma importancia que lo físico, la inmaterialidad de las formas y costumbres de vida define un modo de ser de sus habitantes que debe ser preservado. Nuestra idiosincrasia discurre entre lo mediterráneo y una visión sureña de la vieja Europa, que sin caer en tópicos permitía un buen sentir de la existencia en comunidad. Vivíamos hasta hace relativamente poco en un encaje medianamente sostenible entre un turismo provechoso y una diversidad de actividades profesionales que se ha trocado en un monocultivo de lo primero. Hablo con conocimiento de causa porque hace 53 años nací y he vivido desde entonces en la zona norte del casco histórico sevillano; durante buena parte de los años 70 y 80 sufrimos la delincuencia, la prostitución o el tráfico de heroína, mientras familias humildes luchábamos por salir adelante con mucho esfuerzo. Al acercarnos a la Expo'92 vino una limpieza “higienizadora” institucional para dar un lavado de imagen a la galería… lo que paradójicamente puso los bienes sociales y el espacio inmobiliario a cargo de especuladores, “asustaviejas” e "inversores diversos" en una larga trayectoria de crisis, burbuja inmobiliaria y tendencia irreversible al alza del metro cuadrado de manera exponencial. Llegados los años más cercanos del momento presente, aparece la plaga intratable de la vivienda turística, la falsaria democracia del viaje low cost, la complicidad de ayuntamientos a diestra y siniestra de la esfera política, el poder brutal del lobby hostelero y hotelero, así como de las grandes compañías y plataformas digitales de alquiler vacacional, a lo que se añade la ruindad del pequeño multipropietario de base que lejos de entender los que es un derecho habitacional con un beneficio propio aceptable, busca su máxima rentabilidad económica en estas opciones de alquiler de corta duración.

Este fenómeno global es un discurso repetido del que nadie está a salvo y está ocurriendo también en pequeñas poblaciones rurales, pintorescas, con un recurso natural atractivo o con un aislamiento idílico del bullicio urbano. Para entenderlo y desde la profesionalidad educativa en la materia, hago una introducción en corto de qué tipo de sociedades e individuos estamos desarrollando como una suerte de norma general no escrita: en primer lugar vivimos un contexto epocal donde todo se constituye como potencial objeto de consumo y por tanto objetivo y gran beneficio para unos pocos; añadamos la banalidad y la falta de formación cultural-ideológica de una vasta masa ciudadana que vive en modo cortoplacista y ausente de reflexión profunda,  para rematar con la obscena obsesión por mostrar de forma pública, permanente e inmediata cada acción de vida propia, aunque carezca de relevancia o trascendencia, lo que llega al paroxismo del concepto influencer como una de las supuestas profesiones más idolatradas y asociadas al éxito fácil. Con un panorama político cercano a la desertificación moral y una ciudadanía deformada por la conjunción del tándem mass media-social media, tenemos la tormenta perfecta para una devaluación de nuestra humanidad en múltiples ámbitos.

Si se piensa, el párrafo anterior puede aplicarse a cada disciplina o factor humano. Traducido en paralelo a la cuestión turística que abordamos, lo que obtenemos es un producto consumible que generan ingresos enormes para unas potentísimas élites del transporte, el alojamiento, la restauración y actividades diversificadas de ocio a escala global. El turista como figura analizable no estudia o se informa en profundidad antes, durante y después del viaje, simplemente tiene unas pinceladas de datos o referentes del tipo “no te puedes perder esta idílica…”, lo que de facto resuena a un eco en interior cerebral y a un componente lúdico rayano en lo más básico. Por último, la foto geolocalizada y la imagen repetida de “estoy aquí” es uno de los paradigmas del absurdo protagonismo implícito en las redes sociales. El resultado conjunto es algo extremadamente alejado de una experiencia auténtica, convirtiendo el viaje en un simple traslado temporal gregario de un turismo masivo y hueco, teniendo el mismo valor conceptual que comprar una nueva funda de móvil o un 3x2 en la teletienda.

Para finalizar destaco la gravedad de la parte más oscura de estos procesos: sin que nadie se encuentre a salvo, el capricho del mercado, el egoísmo y la nimiedad humana parecen decidir como hilo de parcas que en un determinado momento ciertos ciudadanos sobramos del espacio que habitamos. La experiencia del viaje es legítima e incluso necesaria al acceso de todos, pero con una regulación que más allá de medidas draconianas, bien podría resolverse con una educación patrimonial adecuada. Esto es, no pasa nada por no ver la Mona Lisa, La última cena de Leonardo, El Beso de Klimt o comer “la mejor pavía de bacalao” si el precio es una muchedumbre delante de la obra, una cola y mesa con contador de tiempo o una entrada desorbitada. Si lo único que se quiere es una foto para “ser visto en redes”, disponer de unas pocas horas para visitar una ciudad (típica descarga de cruceros), o pasar una despedida de solteros/as para volver en alta velocidad al día siguiente, quizás habría que darle una vuelta al sentido ilógico de estos actos.

Afortunadamente, hay miles de cuadros, esculturas, películas, poemas, calas, playas, valles, montañas, bosques, yacimientos arqueológicos, museos, palacios, monasterios, fiestas, costumbres y elementos patrimoniales que se pueden disfrutar sin que todo sea saturado por una marabunta inconsciente… solo hay que tener criterio propio y cultura. Con esta crítica no se pretende la eliminación de un buen turismo ni tampoco la de bares, restaurantes y alojamientos que siendo imprescindibles requieren su justa medida, proporción y sostenibilidad. Por añadidura, si desmantelas o no estableces los necesarios servicios sociales, residencias de ancianos, comercios tradicionales, centros de salud y atención pública, colegios, plazas y espacios abiertos al sosiego… pero muy especialmente lo que atañe al artículo 47 de la Constitución Española… lo que obtienes se llama simplemente gentrificación o destrucción de una ciudad viva y real. Por si se necesita una explicación detallada de esta verdad incómoda no tengo inconveniente en extenderme y debatir en un discurso argumentativo en tiempo y lugar adecuado… al fin y al cabo y aunque ya no me lo crea, debo seguir pensando que la educación y la dialéctica es el principal recurso a las problemáticas de una sociedad.

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