El nuevo presidente de la Diputación de Sevilla, Javier Fernández de los Ríos, ha dado a conocer su nuevo ejecutivo en minoría y con la necesidad de convencer a la oposición en cada pleno donde haya alguna propuesta fundamental, ya sean partidas presupuestarias o negociaciones sobre programas de empleo y de inversiones.
Y con este nuevo ejecutivo, Fernández tiene dos retos por delante. Uno, el de convertir la sucesión en algo natural. Porque Fernando Rodríguez Villalobos no se ha ido amortizado políticamente, como se suele decir, sino que el calendario, la pura biología, fomentó un cambio de esos que son tan difíciles de ver: cambio de personas pero no de colores políticos. Ese es el primer reto, que parece que Fernández ha realizado con éxito, convencer a la gente de que se inicia un nuevo tiempo bajo un mismo signo político. Tendrá que jugar al ajedrez para distinguirse y darle su propia personalidad. Ya apuntó a que abría la puerta a aumentar su influencia en Sevilla capital y en todo el área metropolitana.
El segundo reto es el que políticamente le puede dar más alegrías y dolores de cabeza. Porque si las encuestas aciertan -eso está por ver- y se produce un relevo en La Moncloa, para muchos sevillanos habrá tres instituciones de color popular y una de color socialista. Pongamos que hablo de un vecino de la Macarena. Al acabar el verano, tendrá un alcalde popular, un presidente de la Junta popular e -insistamos, siempre según las encuestas- un presidente del Gobierno popular.
El riesgo para Fernández, recién llegado a Diputación pero no a la política, recordemos, es que ante cualquier polémica política sea apuntado por el resto de instituciones como culpable. No es nada nuevo porque ya se ha visto. Ya se ve cómo dan igual las competencias cuando de lanzarse dardos se habla. El PP andaluz lleva meses culpando al Gobierno central de la sequía, por ejemplo, como si nada tuvieran que ver con su gestión las infraestructuras hídricas.
Se habla quizás con cierta ligereza de eso de la aldea gala. Pero es una forma elegante de decir que Fernández, de carácter tranquilo, en una institución también tranquila y más de gestión que de disputas, será irremediablemente señalado los próximos cuatro años si un solo día no sale agua del grifo, o si llueve demasiado y todo se inunda. Hará falta astucia, sobre todo si, como dijo en su investidura, trata de amarrar acuerdos en el área metropolitana implicando a ayuntamientos de hasta cuatro partidos políticos diferentes.
El primer reto, el de la sucesión interna, ya lo ha superado Fernández y no se espera contestación. El segundo reto es la batalla larga de los titulares cruzados. Sería ideal pedir mesura y acuerdos, especialmente entre el alcalde de Sevilla, José Luis Sanz, y el nuevo presidente del ente provincial. Pero el PP, el que tanto ganó y tanto pueda ganar, cada vez va a tener a menos rivales políticos al que enviar las culpas. Porque casi todo lo gobiernan. Casi todo. En el puente de San Bernardo queda un gran centro del poder político sevillano.