Somos islas, cada vez más inconexas, más expuestas a las inclemencias de los huracanes y las grandes olas, de las supersticiones agazapadas entre el follaje en forma de figuras de cultos olvidados, aunque no del todo; la solución será hacernos archipiélagos.
Islas abandonadas para nosotros, náufragos divertidos entre la romantización ornamental de La Laguna azul y la verdadera historia humana literaturizada de Robinson Crusoe que convendría atender en su justa medida: Robinson Crusoe es una versión bíblica del eremita en el desierto cuya completa vida, durante los veintiocho años de náufrago, la dedica a insistir en todos sus valores anteriores y en regresar a su vida anterior. No hay invención de ninguna vida nueva: hay un impass de tiempo, digamos de penitencia, para regresar a su vida anterior sin poner nada importante en duda.
Quizá sea esa literatura la que inspiró la pandemia como un impass para regresar a la vida anterior; quizá sea esa literatura la que siga inspirando la resistencia ante estos tiempos de decadencia severa, que en realidad nos arrastran a una vida novedosamente peor, pero nombrada por la melancolía política como la vida de esplendor que un día existió y se debe recuperar. Nada más mentiroso. Empecemos por el deseo de Trump de volver a ser candidato a presidente en contra de la constitución estadounidense. Algo nuevo bajo el sol y algo peor.
Lo que aconsejan los tiempos, lo que ya aconsejaba el tiempo de pandemia y preferimos ignorar, es que necesitamos algo nuevo fundado en la experiencia de lo vivido, para lo cual debemos rechazar a los apóstoles del miedo y a los profetas del pasado. Profetas del pasado, la contradicción más absurda y más querida por las masas sociales en este momento. No hubo un pasado mejor, porque este presente, en varias cosas, es únicamente el mal del pasado elevado a la décima potencia. Comprendo que no sea fácil de verlo para muchos.
Si somos islas, islas náufrago, si así nos sentimos, deberíamos ponernos a formar archipiélagos y habríamos dado un pasito largo hacia algo nuevo: devolvernos nuestra propia individualidad, cultivarla sin prejuicios y sin límites, pero con una clara mentalidad cooperativa para una vida colectiva, conscientemente colectiva, donde nadie quede descartado ni estigmatizado. El cristianismo se dedicó, y sigue, a destruir la, por ellos llamada, superstición: dejemos que todas las creencias supersticiosas queden cubiertas por la vegetación y el follaje de la razón común de una vida llena de respeto y consideración. Es supersticioso comprender lo diferente y al diferente como origen del mal o como el mal mismo. Entre otras cosas, porque somos casi todos diferentes.
Mi abuela solía decir que el saludo no se le niega a nadie y tuve que pensar continuamente, durante toda mi vida, en la gran sabiduría que se esconde tras esas simples palabras: el saludo no se le niega a nadie, aunque piense distinto, aunque sea diferente, porque el saludo es el signo más elemental de la existencia de la comunidad a la que pertenecemos todos y nos reconoce ante nosotros mismos como miembros de esa comunidad. El saludo al diferente es la negación del miedo y no implica la aceptación de diferencias que no deseamos admitir, pero que están ahí, que existen. Incluso al fascista de le puede saludar sin necesidad de aceptar su fascismo, porque negarlo a él como ser humano sería terrible. Si cometió delitos y debe ir a prisión, también así, no se le niega el saludo.
Nadie se salva solo, quizá sea la única en expresiones válidas que aparecieron durante la pandemia y que ahora mismo también se niega con la avaricia y el odio. Nadie se salva solo y la riqueza excesiva es obscena y amoral. ¿Cuál es la riqueza excesiva? La que no se puede consumir en la labor de sostener una vida digna. ¿Qué es una vida digna? La vida en la que se garantiza, por la comunidad, el alimento, la casa y la salud. Hasta ese momento en que todas las personas tengan una vida digna toda riqueza excesiva y amoral se vuelve indigna. Hay para todos si lo repartimos con equidad. No existe ningún mérito que habilite a nadie para ser enormemente rico; existe la casualidad u otras cosas. Nota: la redistribución de la riqueza empieza por los que más tienen, mediante una dinámica que vaya ensanchando la banda horizontal de la sociedad desde la cúspide de la pirámide. El ataque a las clases medias siempre fue la estrategia para que no cambie nada, aparentando que todo cambia.