"El día que me parió mi mare, después de nueve meses de mucho jaleo y de muchas patás, fue un día de esos de dolores malos. De esos que llaman de riñones y que dicen que son los peores que hay en esta tierra. Y en la casa, con la matrona al lao, como se hacía antiguamente.
Fue un veinticinco de noviembre del año cuarenta y cuatro. Concretamente, a las nueve menos diez de la noche. Lo que ya no sé, se lo tendría que preguntá a mi hermana que lo sabe tó, es si era lluvioso o un día corriente, igual que otro, aunque los inviernos de antes es verdá que se ponía a llover y se podía tirar dos meses sin escampá. No como ahora que caen cuatro gotas y para de llover a la ná.
Pues allí dentro vine.., en un cuartito de la calle Clavel. En el otro, el que daba pá la calle, estaba esperando mi padre.
Mi mare me contó, ya pasao el tiempo, que el pobre tardó en verme. Y digo yo que sería que el ojo bueno lo tendría regular esa noche porque con el otro ojo, y con esto me estoy refiriendo al malo, lo tenía más que complicao porque escúchame bien. ¿Cómo sería esa dejadez que tenían los hombres de aquella época que se lo dejó perder por no ir al médico en su momento?
Por lo visto y por lo que me contaron pasó durante la guerra. Nadie sabe cómo pero le entró un cacho de metralla por el ojo y lo fue dejando hasta que al final, entre una cosa y otra, se le secó.
Así que verme, lo que es verme, nunca me vería bien del tó. Más bien sería yo a él y el tiempo que me tocó vivirlo".
El diecinueve de la calle Clavel tiene dos cuartos. En uno duerme el matrimonio, en un camastro de paja, junto con las niñas que van llegando. En la salita de fuera, la que da al patio, hay un mueble viejo arrinconado a la pared. Dentro guarda un somier de muelles donde descansan la abuela Paquiqui y un tío suyo al que llaman Gabriel y que no tiene otro sitio donde quedarse.
Jerez en los años cuarenta, como muchas otras, es una ciudad entregada al silencio y al rencor. Sólo en el abrigo y respaldo de la noche se recurre al pasado para darle sentido al paso de los días.
En la casa se habla, al calor del brasero, que el abuelo paterno de la niña se llamaba Carlos Gómez Gómez, dos Gómez, y que era de un pueblo muy chico de Almería.
Y que el muchacho iba para cura. Y que le faltó un mes para cantar misa, un mes nada más, pero las cosas que ocurren...
Y ocurrió que se le cruzó una muchachilla, de gente de bien de Villanueva de los Infantes, que iba a la iglesia todos los días con su doncella, como iban las gentes de dinero, y por las cosas del destino se enamoraron los dos.., acarreando la deshonra para los padres de la niña y la marcha forzada de los novios a La Línea de la Concepción.
Tu abuela Felipa perdió tó lo que tenía por amor. Quién sabe si ahora seríamos de dinero. La madre de la futura bailaora hace cábalas imposibles con la vida de sus suegros.
Fíjate cómo acabó tu abuelo con la iglesia que no bautizó a ninguno de tus tíos. Ni a tu pare tampoco. Me pregunto cómo se puede ser así con una criaturita que no tiene culpa de ná.
Aunque luego vino lo que vino y tuvo que hocicá con el señorito.
Y yo no digo que ese hombre fuera malo o bueno, eso lo sabe sólo el que está ahí arriba, pero algo de bueno tendría cuando se empeñó en que si quería un trabajo tenía que bautizar antes a sus hijos y ponerles un nombre de acorde con Dios.
Y así fue como Palmiro, el padre de Angelita, pasó a llamarse Antonio, su tío Progreso pasó a ser Juan Luis y la pequeña Humanidad, desde aquellos primeros días del hambre, empezó a ser conocida como Milagros Gómez.
Primer capítulo de Angelita Gómez. La niña y el prodigio. Libro que se presentará este viernes 21 de febrero en el Consejo Regulador del Vino a las 13:00 horas durante los actos oficiales que se celebrarán con motivo del 24 Festival de Jerez.