¿Otra copita de ouzo?
Helena no duda en aceptar el aguardiente de su nuevo amigo mientras los viejos que decoran la taberna observan la escena desde sus sillas de enea. El dulce licor, en la lengua de los ancianos desdentados, gana en amargura. Los años esconden el regaliz. Se impone el sabor de la sangre. Raki piden otros mayores sarónicos, sin abrir apenas la boca.
El alcohol, en días normales, no hubiera tardado en retener a Helena para siempre en aquella pequeña isla frente al Pireo pero Giorgos Papadopoulos sabe, como certezas tiene la joven sevillana, que ni el más poderoso de los dioses del cercano Olimpo podrían convertir los pies de la muchacha en dos anclas de plomo y piedra. Hay pájaros con menos alas que esta niña piensa el guitarrista.
Veo que te gusta nuestra agua sonríe Giorgos. Helena espira profundamente frente al griego. Se está tomando el tiempo en averiguar cómo sería respirar sin ayuda de su cuerpo. Porque podría dejar de respirar pero dónde me llevaría. Dicen que la muerte nos espera, cuando es la vida. El mar, por su parte, ha decidido quedarse callado. En el silencio gobiernan el parlamento de las gaviotas y las detonaciones de las olas más valientes contra el espigón.
Llega Andonis al bar. Así lo llaman en su pueblo aunque lejos de su casa lo conocen por Antonio El Moreno. Tiene los ojos fenicios y un espeso bigote que atraviesa su rostro de lado a lado. Habla perfectamente el castellano aunque Helena, embriagada de mar nuestro y sol, aún no lo sabe. La media botella de ouzo que lleva en sus arterias dibuja al recién llegado como uno de los guerreros caídos de Troya.
No hay alcohol de por medio. Solamente palabra. Yasu. Retumba el saludo greco en los tímpanos gastados de los ancianos. Yasu responde la boca de Giorgos bajo unas gafas centenarias. El músico quiere pero no puede ocultar los mares que rebasan sus ojos. En la radio se intuyen notas de un buzuki. El mayor de los músicos es aquel que se torna invisible.
Se llama Andonis. Ve con él. Quiere enseñarte una cosa pronuncia Giorgos. La joven despierta. No desea abandonar la luz tibia de la taberna, el calor del vaso en la palma de su mano, tampoco a los viejos marineros. Ahora no. Ahora que ha aprendido a respirar a través de su alma.
Ve. La invitación tiene tintes de orden. El ajetreo plastificado en la cortinilla de la puerta suena a despedida. La muchacha se aleja del Kafenio caminando sobre la sombra encogida del desconocido.
Distan dos calles. Medio pueblo de Égina. Puedes pasar. Andonis conoce el lenguaje de las castillas, la judería y la jaima. El griego tiene recogido, en los vidrios tintados de la puerta de su local, el saber de los primeros pueblos. Azules y verdes cristalinos invaden la entrada pero el pasillo es largo y la luz se deshace como la espuma del mar cuando alcanza su orilla. Baja. Cuidado con la cabeza. Helena duda pero la voz de Andonis, cierta y grave, le lleva a descender al sótano. Y eso que no lo conoce de nada. Ni lo soñó.
El escaso oxígeno que habita en la bodega está cargado de resina, sal y gramática. En la oscuridad duermen decenas de arañas gigantes. Sus patas de pino tocan el techo. Una rudimentaria imprenta de otro siglo se cuela en las retinas eléctricas de la muchacha.
Toma. Espero que te guste. Antonio El Moreno rescata un libro de entre lo oscuro y se lo ofrece. Luis Cernuda se lee en la tapa. Dos pájaros mitológicos vuelan bajo el título. ΠΑΡΑΛΛΑΓΈΣ. VARIACIONES. El poeta traducido a un idioma que jamás tuvo en su lengua. Gracias dice Helena. Salgamos invita el mediterráneo. Andonis no pierde el tiempo porque sabe que su compadre Giorgos está esperando con su guitarra bajo el limonero que conoció a Ulises y alimentó a Penélope.
Y no se equivoca. Suena un Diego del Gastor, greco y bohemio, por seguiriya. Copita de raki invita a vida el músico. La muchacha, sin dudar de la alegría, coge el vaso gastado y bebe. Andonis, el Cernuda griego, parte a recitar de memoria en el lenguaje que únicamente atienden los dioses.
“Aquella tierra estaba viva. Y entonces comprendiste todo el valor de esa palabra y su entero significado, porque casi te habías olvidado de que estabas vivo”.
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