Octubre pero el cielo ardía camino a Rota. Por ese motivo, José y Manuel, El de los Camarones y El Agujetas, preferían mantener la boca cerrada en su viaje hacia ninguna parte. Porque el aire salino secaba sus entrañas y porque en boca cerrá no entran moscas.
La Puig daba sus últimas bocanadas de vida. Catorce caballos lorquianos extenuados de tanto colmao y tanta refriega. Verla atravesar el horizonte era como ver a una avispa a punto de perder sus alas. Montados en la burra, con la camisa desabrochada a la altura del corazón y las mangas remangadas a la de los codos, estaban los dos cantaores.
La leyenda cuenta que el Atlántico sigue devolviendo a las costas andaluzas los soldados que la misma tierra, un siglo antes, había enviado a la muerte en Cuba. Sol del Caribe, dame en la cara, que quiero irme moreno a España. Y muchos que no volvían.
Compare, voy a pará / Lo que tú quieras José pero a la sombrita. Y dejó de rugir la moto y aparecieron los demás sonidos de la comarca. El habla de la chicharra, el grito del cernícalo y el trasiego de la gente en los cortijos. Las cepas de las viñas, en cambio, son olas mudas de un mar tierra adentro.
Ojú compare, vaya sombra he cogío / Qué te pasa ahora José / Ná, esta sombra / Qué le pasa a la sombra / De las pocas cosas que me dijo mi pare me quedo con una, nunca duermas al abrigo de una higuera /Eres el gitano más raro que me echao a la cara.
Fue decirlo e impulsado por uno de sus arrebatos, con el sol castigando duramente a la campiña, Manuel comenzó a subir por uno de los brazos grises del árbol. Lo hizo sin miedo porque la higuera bravía, a un costado de la carretera, proclamaba al viento que no tenía dueño. En el cielo manda Dios, en la tierra los gitanos. Y en los campos de Rota mandan los americanos.
Comparito mío, ni los gatos le soltó José al verlo colgado entre las ramas. Porque Manuel se había convertido, por arte de magia y flamencura, en un animal antediluviano con tragedia y tiempo galopando por sus venas.
Sube gachó. Pero El de los Camarones no es capaz de escalar a los bajos del cielo porque sus piernas están hechas a las mareas y a la sal. Tú ve tirando que te digo que no les va a dá ni tiempo de caé al suelo pero algunas brevas estallan sobre la arena blanca como meteoritos llenos de sangre. Con las explosiones llegan las moscas y las hormigas.
No están buenas ni ná clamó satisfecho Manuel entre el laberinto de hojas. Y José que entona una soleá que sólo pueden escuchar las raíces. De noche me salgo al campo, a llorá por mi sentí, y al arbo que me escuchaba se le secó la raí. Algo susurró sobre la felicidad pero nada ni nadie logró entender. Será porque nadie ni nada esperaba que contara sobre ella. Luego cantó la oruga. Al pie de un árbol sin fruto, me puse a considerar, que pocos amigos tienes, si no tienes nada que dar.
Y en esas descendió el flamenco de los cielos. Qué pechá de higo nos hemos pegao. Y los americanos detrás de la verja tirando carne de primera a la basura. Carne sin alma.
Calmada la jambre empezó a escocer la piel. Nunca duermas bajo una higuera le dijo un día el padre a José. La leche de la higuera lleva veneno. A unos pocos de metros, un puesto de sandías rayá. Digo yo que se encontraba allí porque siempre lo viví allí, en la frontera de los tres pueblos.
Me ha entrao sé empezó a quejarse El Agujetas, echando un ojo al puesto de sandías. Mira compare, antes de ná, tengo una bolsita ahí en la moto, podríamos cogé unos pocos de higos pá casa dijo el bueno de José.
¿Pá casa? Los ojos del cantaor tomaron el color de la tierra seca y el brillo del caparazón del escarabajo. ¿Pá casa? Eso no compare, eso es de esmayao respondió Manuel dejando solo a José y a la higuera mientras la hormiga y la mosca batallaban por las tripas dulces de las brevas abandonadas.