No ames lo que no te tocó amar. De nada sirve.
Entérate. El amor ajeno no es más que el bocado agrio y al vacío de los pobres. La zanahoria podrida del asno.
Amor prohibido: esa indigesta dieta a base de sueños rotos y barro. Barro para los días aciagos que son la mayoría. Aquellos en los que el amante desespera con tanto prodigio ajeno. Jamás seré él. Jamás tendré lo de él. Que sepas que el amor que no se te ofreció en el primer momento terminará convirtiendo a tu improvisado enemigo, incluso al más mísero de los maridos, en el invencible Dios de tu fuego. Y tú proclamas que jamás sería de nadie salvo de ella. Pero ella es muchos siempre de él cuando el amante, en este caso tú, eres nada muchos siempre.
¡Proclama! ¡Proclámate amor imposible a los dos vientos! Pero eres aire. Eso es lo que eres. Aire espeso. Aire que se rinde a la tierra cuando cae la noche.
No. No ames lo que en un principio se le fue entregado a otro, al Dios del azar y de la locura.
No dudo de que hubieras sido tú, su otra mitad, de haber tenido la suerte de estudiar en su universidad, ser su doctor de cabecera o coincidir bajo el mismo cielo cuando todo estaba aún por hacer y nada por arreglar. Pero no pudo ser, entiéndelo de una puta vez, porque tú naciste en el otro costado de la galaxia.
Es muy mala sombra para el amante que su estrella más brillante sea también la más lejana. Te recuerdo la distancia que hay entre vuestras vidas: ochenta años de oscuridad y nueve años luz.
No. No ames lo que no te tocó amar. Lo que no se te vino dado desde un principio. Si lo hicieras sería un memorable gesto de humanidad, nadie lo duda, pero totalmente inútil.