Nuestra guerra

Suena un violín en los pisos superiores de la Moderna. La música amansa a las fieras pero qué hacer cuando las fieras se hacen las sordas

Nuestra guerra.
Nuestra guerra.

La plaza del Arenal está salpicada de cadáveres. Sólo los que aún logran conservar parte de su humanidad y de su carne se aventuran a levantar a sus muertos para arrebatárselos a los perros que han ido haciéndose lentamente con la ciudad. El caballo de hierro, en el centro de lo que ahora es un llano repleto de escombros, galopa clavado en su destino, tirado por un jinete sin cabeza.

El reloj de Losada, como el de Koudelka, marca muerte en sus manecillas quietas. Para muy pocos, aquellos que consiguieron huir, volverá a pasar el tiempo. Los canes aúllan cuando huelen la muerte. Los de la plaza, agotados, ya ni ladran. Se limitan a buscar en silencio, entre las ropas de los caídos, una herida abierta para meter sus hocicos.

Son las diez de la mañana y el cielo grita que es de noche pero el cielo, como siempre, miente. La oscuridad viene del suelo. De las pupilas de los muertos y del humo de los fuegos nuevos. De los locos de la ciudad que todavía no han muerto de hambre, hay uno que camina tranquilo por la calle Larga. Su rostro no ha cambiado con la guerra. Continúa igual que en los días lejanos. Escucha el estallido de las bombas y ríe mientras se encorva en sí mismo. Nada puede compararse a lo que sucede dentro de su propia mente. Seré el último del mundo se jacta. 

Ha vuelto la luz. La fuente de la rotonda se ahoga en su propio vómito de agua estancada. Así suenan los hombres que se resisten a morir. La muerte no llega hasta que la realidad se impone a lo que uno quiere creer. Tiembla el letrero de un banco que tiene las puertas abiertas. Para seguir convirtiendo en reales los sueños de mucha gente. CAM.

Suena un violín en los pisos superiores de la Moderna. La música amansa a las fieras pero qué hacer cuando las fieras se hacen las sordas. Hay un panfleto, amarillo como el azufre, clavado en el tronco de uno de los naranjos que guardan el tabanco. No es uno de los chistes de los hermanos. Llama a las armas. Lucha por tu país. País es una palabra tan vacía comparada con madre, padre e hijo, que necesitan llenarla de miedo y mierda.

Se camina con los pasos del pensamiento. Silba, entre las palmeras de Cristina, un imponente dron. El nuevo juguete de los invisibles cuando asesinar, en nombre de un país y de la paz, ya resultaba trágicamente bastante sencillo y anónimo. A las personas empieza a sobrarles el nombre. Sólo se requiere para dejar de ser persona una coordenada. Lat. 36.6866 / Lon. -6.13717. Arde el tejado de Santo Domingo. Se consumen en llamas las jacarandas.

Sé de lo que hablo aunque yo, con mis propios ojos, no lo haya visto. Confieso que no encuentro el valor para asomar mi vida por los agujeros al mundo. El infierno se encuentra tan a ras de suelo que no cabe paraíso.

No lo ven mis ojos pero sé lo que está ocurriendo, lo que está pasando sobre nuestras cabezas, por lo que ya callan nuestros muertos.

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