Un espacio verde en una imagen reciente.
Un espacio verde en una imagen reciente. MANU GARCÍA

Todo saldrá bien, promete Rafael a su mujer. Una mujer que no me contaron cómo conoció. Sería domingo, el del patrón, después de la misa o del toro embolado. Cada uno con ropa limpia, recién fruncida, y con una sed en el bajo vientre que impediría el habla. Él que la mira y ella que no debe mirarlo. Niña, no se te vaya a pasá el arró y Ana no tiene ni veinte años pero entiende del fuego. Y Rafaelillo, así le dicen, está venteao pero será la primera vez que se enamore de una mujer. Ese día será. El pueblo entero de Algar buscándose en la plaza, en humilde Babel, sin saber que quedaban quince años por delante para una guerra y el desierto. Sólo los viejos que la demencia fue arrastrando al futuro estarían en el interior de sus casas. Ellos y sus olvidos.

Haría poniente. Los hombres, por lo tanto, se enchaquetan y las mujeres, las que pueden, mantilla negra porque aunque el santo lleve metido en la iglesia desde esta mañana, jamás se le puede faltar el respeto. Amén lee el cura cuando nadie, salvo él y el alcalde, sabe hacerlo en el pueblo. Es amén y punto.

El vino rojo jamás raspa la garganta. Para eso está el algodón que por arañar araña hasta los pezones de las mozas. La banda de metales nos devuelve a la edad de bronce. Los más niños, los que todavía se permiten no ser hombres, toquetean los culos de las muchachillas con las que sueñan. También estaban los que aprovechando el escándalo humano se rozaban. Los sexos son volcanes que se desean extintos. Como me vengas preñá.., te dejo encerrá tó tu vía amenazan las mujeres del noventa y ocho pero quién es capaz de dominar la naturaleza. ¿Quién? ¡No ha nacido ni nacerá!

Sonaría el último pasodoble y los tímidos se lanzarían de cabeza al vacío. Es ahora o hasta el año que viene cuando saben los machos que un año no cabe en un infinito.

Rafael, sin ser de los más atrevidos, alcanzó a dejar el resguardo de los naranjos. Porque es ahora o nunca. Cuando llegó a la mesa donde se encontraba la familia de la muchacha, tomó aire de su corazón y pidió permiso a la madre de la joven para sacar a su hija a bailar. La mujer aceptó y eso que el muchachillo venía de otro pueblo. Forastero estuvieron señalando con inquina, toda la tarde, los mozos de Algar.

Rafael, tras la aprobación, no tardó en ofrecerle el hombro a la muchacha. Para ella, aquel sería su primer pasodoble. Él, hasta entonces, se había dejado apresar por las avalanchas de su propia sangre cuando se le presentaban las oportunidades pero esa misma tarde, la primera de todas, dejándose arrastrar por los ojos de aquella muchacha que parecía estar hecha de trigo y levante, sintió que debía de ofrecerle lo mejor a aquella niña todavía sin nombre. Gracias dejó caer el forastero de Grazalema sobre el costado izquierdo de la joven. Ella se limitó a respirar. A sentir cómo el olor de aquel hombre que sería para siempre su único hombre lograba inyectarse en cada gota de su sangre. El joven era jazmín puro de agosto. Estoy bailando con la mujé más guapa del pueblo habló Rafael entre las notas enmarañadas de la banda. Gracias respondió Ana aunque habían basado su educación en hacer que no creyera a nadie en este mundo.

De repente, al quedarse mudos los músicos, una estrella cruzó el cielo. Luego otra y otra. Cada una de un color distinto pero todas con el mismo tono agudo de voz. Los niños y los perros del pueblo tenían los ojos abiertos a los fuegos artificiales como los que ven al sol nacer por primera vez.

Cuando todo acaba, siempre hay algo que empieza. Quemada la pólvora llegó la hora del hombre del saco. Los montes en la madrugada son laberintos que tienen a la luna como su única salida.

Mañana, si no es una molestia para nadie, podría volver a verte se lanzó Rafael a decirle. Mañana ya se verá respondío Ana dejándose acunar por su propia sonrisa.

(A mi madre María).

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