El viajero sin viaje.
El viajero sin viaje.

Abro los ojos. La campiña de Trebujena arde y eso que todavía se rescata café entre los pétalos de los girasoles. Malos días se saludan con prisa la cigarra y el grillo. Son dos que no volverán a encontrarse -nunca más- bajo las parras de uvas hechas fuego. Y tú, ¿dónde te encuentras esta mañana? El Guadalquivir, desde la loma, es un hilo quemado de papel de plata sin vuelta atrás. 

Cierro los ojos para tener, sólo un segundo después, a Grazalema delante de mí. Tan rápido todo que aún conservan mis zapatos la albariza de las viñas. Cómo es que sintiéndote tan cerca.., no lleves algunos de mis apellidos. Mi abuelo, siendo un chiquillo, escribía poesías en los muros cenizos del pueblo cuando todos sabían que la cal -blanca y rancia- amarga la vida. Abuelo, quítate la cal que tienes en tu cara y en tus manos. Nada se puede hacer por ti. Llegarás envuelto en la pálida tragedia y amarillento espanto. Él contaba que había árboles que hablaban en mitad de la noche. Gracias me dice mi abuelo en sueños. Por todo lo que estás haciendo de mí. Comienza, nuevamente, a llover. ¡Corre! 

¿Sigues ahí? Necesito saberlo, vida mía, para poder continuar. Porque sin amor, no se hace camino. Nos hacemos desiertos. Entre Málaga y Graná hay una carreterita que yo la tengo que andá pá ver a mi niña bonita. El viejo cantaor declama pero no cree una palabra de lo que dice ni una vibración de lo que siente. Tó es mentira. Y es tal su fantasía que me asaltan los demonios en las faldas de la Peña de los Enamorados. Este viaje es porque te quiero. Contemplo aterrorizado cómo se lanzan al vacío el joven Tello y la bella Tagzona. Mis ojos no mienten. Eres lo más bonito que ha parido la tierra. Pero no soy sólo unos ojos. Mi corazón podría estar engañándome y no saberlo hasta mi último día, que nunca es lejos del ahora. 

Y de repente, en el ocaso de otro de mis días, el mar. El mar cuando habrá personas que morirán sin verlo jamás en sus vidas. Rezo para que mi abuela Antonia se encuentre descansando entre el cielo y el agua. Toma guapo, mil pesetitas pá que vayas donde quieras. A esa hora de la tarde, cuando nos despedíamos de ella, apuesto que el mar se encontraría quieto. Agotado de tanto miedo.  

¡Basta de miedos! ¡Me preocupas sólo tú y tu lugar en este mundo! Me sobran océanos, cordilleras, todas esas ciudades repletas de estúpidos nombres. No quiero más horizontes dibujados con tu rímel y el sudor de mi frente. Me detengo. No puedo más. Pido permanecer donde estés aunque ello me obligue a encontrarme, cara a cara, conmigo mismo. Lo que los sabios denominan ser un viajero, sin más viajes, a ninguna parte.

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