Antes de que la pandemia dejara de ser una cosa que solo pasa en los terceros mundos y de que el metro y medio de distancia llegara a nuestras vidas, podíamos hasta oler los libros nuevos. Ahora, bien enmascarillados, cuesta bastante más disfrutar de una buena tarde recorriendo los pasillos de una librería. Quizás por esa nostalgia bien instalada en el hipocampo ha venido a mí la imagen de una de aquellas tardes, allá por 2019. Recuerdo que llamó mi atención entre los anaqueles de ese establecimiento habitual el lomo de un libro que me cautivó al instante. La traición en la historia de España se llamaba y era un ensayo que acababa de publicar el historiador gallego Bruno Padín Portela. En sus páginas, como cabe imaginarse por su título, se sucedían las historias de traidores y sus fechorías, como si fueran los gauchos de Borges. Traidores a la nación, traidores al rey —estos para mí suelen estar disculpados—, traidores a su estirpe, a su causa, a su Casa… desde la Antigüedad clásica hasta hoy los une su deslealtad.
La actualidad internacional más directamente ligada a nosotros me está sabiendo cada vez más a libro nuevo e historias viejas. A eso me han sabido las palabras de Marruecos sobre la nueva posición del gobierno español respecto al Sáhara. Y el sabor se incrementa porque ni siquiera nos han llegado en boca de nuestros propios políticos, sino de los de Rabat. Ahora que las décadas de una tibia neutralidad parecen tocar a su fin, muchos sentimos que no entendemos nada. Cuesta entender la decisión, el momento y el objetivo. Cuesta saber si es una forma de tratar de tener a raya las vallas de Ceuta y Melilla, un gesto para contentar a Mohamed VI y finiquitar la crisis diplomática, o, como han dicho, el apoyo a la solución “más realista” a un conflicto enquistado y al que, bien es cierto, Marruecos no permitirá nunca ponerle la autodeterminación como final. Lo que tampoco queda muy claro es la pertinencia de cabrear ahora a Argelia —nuestro mayor suministrador de gas— en medio de la guerra abierta y sangrante en Ucrania. Y lo que menos claro está es en qué momento hemos olvidado a los saharauis, el compromiso al que nuestra propia historia nos une con ellos, sus reivindicaciones de soberanía y el hostigamiento al que los somete el reino alauí.
El Cid, Juan de Montemayor, Fernando VII, entre muchos otros. Con mayor o menor soltura, con un estilo más o menos depurado, con un acompañamiento lucido o en plan llanero solitario, con estrategia maquiavélica o en medio de un auténtico vodevil. Todos mintieron, se casaron con el enemigo, juraron lealtad a unos y a sus contrarios, y se aprovecharon tanto como pudieron. Siempre he pensado que la mayor capacidad de un traidor es el olvido. Olvidan para sobrevivir después de haber sido desleales, olvido para no pensar en lo barata que se cotiza su piel en un patio de vecinos que sabe bien de sus vaivenes. Las ratas y los humanos comparten la capacidad del olvido selectivo, y lo usan para deshacerse de aquellos recuerdos que los distraen.
Traición: falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener a algo o a alguien. Decida el lector si procede sumar un nuevo nombre a la lista… de las ratas y de los hombres.