¿Quién traiciona a quién?

Se puede afirmar que el pueblo andaluz se verá obligado a ondear de nuevo la verdiblanca con todo su sentido histórico

Juanma Moreno, en Cataluña, donde está haciendo campaña por el PP.
Juanma Moreno, en Cataluña, donde está haciendo campaña por el PP.

Nuestra Constitución al momento de ser promulgada parió tres nacionalidades históricas: Catalunya, Euskadi y Galiza. Se argumentaba por aquel entonces que ya estaban reconocidas por la II República y, por consiguiente, el nuevo periodo constitucional debía tener la misma configuración territorial. Por todos los constituyentes era sabido que para septiembre de 1936 estaba prevista la aprobación del Estatuto andaluz, simplemente no dio tiempo. Fue duro para Andalucía recibir ese ramalazo que ignoraba la historia y la realidad andaluza como nacionalidad histórica.

Que, hubiera determinados andaluces en el ajo, fue triste, pero no era la primera vez que ocurría. Las élites andaluzas ya habían adquirido la experiencia de traicionar a su “amada” tierra pues, como se ha señalado Chacón, entre 1880 y 1890 aparecieron nuevos aranceles que hacen que la economía andaluza pierda su liderazgo en el siglo XIX, que tenía su base en la agricultura, la minería, la naciente industria siderúrgica por la construcción de los altos hornos en Marbella (1826) y las exportaciones de vino desde Jerez, Málaga y Montilla. En ese declive tuvo mucho que ver la burguesía andaluza que se aferró al sistema librecambista de entonces, cuyos negocios se hacían, como ahora, en la corrupta Corte madrileña, donde se repartían contratos y gracias entre amigos como forma de mantener el poder. Así, Andalucía pasa de tener una media de PIB per cápita superior al 30% iniciando así una depresión imparable desde principios del siglo XX, llegándose a situar en un tercio por debajo de la media. Todo esto vino a reforzar el caciquismo dominante que acrecentó su presencia y poder en las Cortes y en la economía. 

De esta forma, las élites andaluzas traicionaron a su pueblo a cambio de llevarse bien con los gobiernos monárquicos (Borbones) para aumentar sus fortunas. Obviamente, Andalucía, quedó sumida en el analfabetismo (se le impuso) para que procurara una mano de obra barata, surgiendo, simultáneamente la figura del “absentista”, que es esa casta de persona andaluza que vive y medra en Madrid para mantenerse en el poder, dejando el control de la economía andaluza en manos de las élites vascas, catalanas, madrileñas y de capitalistas dueños de corporaciones multinacionales extranjeras. 

A consecuencia de lo anterior y resumiendo, millones de andaluces y andaluzas se ven obligados a emigrar a Madrid, Catalunya y Euskadi, habida cuenta que el dictador Franco sitúa su obsesión y sus alianzas financieras fascistas en esas comunidades, a tal punto que los ahorros de las personas emigrantes andaluzas en las Cajas de Ahorros son destinados a los proyectos del Instituto Nacional de Industria en los citados territorios, todo con la colaboración de esa burguesía andaluza que prefirió lamer la bota al tirano y al capitalismo extractivo de los recursos andaluces depositando sus plusvalías en intereses ajenos a Andalucía.

Así llegamos al 4 de diciembre de 1977 y al 28 de febrero de 1980 y, Andalucía conquista, ejerciendo democráticamente su derecho a decidir por el artículo 151 de la CE, la autonomía plena y el reconocimiento de nacionalidad histórica, aun los obstáculos impuestos por la derecha andaluza, con intereses protegidos por el poder radicado en Madrid, en parte organizada en la UCD y AP. Los socialdemócratas del PSOE, camaleónicos, supieron aprovechar las circunstancias y la enorme pulsión andalucista popular, afianzándose en Andalucía cuarenta y un años, adormeciéndola, a fin de que no reclamara su estatus en el ámbito plurinacional del Estado español, aplicando políticas neoliberales, debilitando el sector productivo andaluz para así mantener el pacto de control y liderazgo político y económico de aquellas élites, que han seguido extrayendo los recursos andaluces. Labor que continúa, aceleradamente, ahora el partido popular, perfeccionando la política de los gobiernos social liberales que le han precedido. De ahí el desconcierto del PSOE andaluz que se ha quedado sin credibilidad política alguna y, su discurso actual federalista no se sostiene porque “hombre blanco hablar con lengua de serpiente” (Krahe). 

Se puede afirmar que el pueblo andaluz se verá obligado a ondear de nuevo la verdiblanca con todo su sentido histórico. El actual presidente andaluz, muy de derechas, conoce la fuerza emocional y política de la bandera andaluza, por eso la utiliza para resignificarla contra los avances federales, argumentando, falsamente, la igualdad entre españoles, cuando es él precisamente, como absentista, el que promueve la desigualdad, encareciendo el acceso a la vivienda, privatizando los recursos y servicios públicos de Andalucía, entregándolos a dichas elites con sede fuera de Andalucía. Normalizando la precariedad laboral y social entre la población andaluza trabajadora a la que se orienta a ser mano de obra barata, razón por la que se le pone todo tipo de trabas para acceder a una formación educativa de calidad y/o universitaria, cerrando colegios públicos y aulas, a la vez que colapsa la Universidad pública andaluza. Entonces, Sr. M. Bonilla ¿Quién traiciona a quién?

La izquierda transformadora andaluza ha de tomarse en serio el sentido democrático y republicano de la bandera de Andalucía y cargarlo de contenido político federal, siendo imprescindible que ondee la verdiblanca como seña de identidad política para defender un modelo de país plurinacional de carácter federal. La alianza del pueblo andaluz con otros pueblos que conforman el Estado español es la vía que permite enfrentar los pactos reaccionarios de las élites catalanas, vascas y madrileñas que tanto gusta al bipartidismo con un pacto por la democracia republicana en el que los pueblos culturales, políticos y nacionales sean los protagonistas. 

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