Si algo no le falta a la gente de este país son opiniones. Cuantas más mejor y por supuesto todas sin contrastar, que pa fuentes ya están las de los ayuntamientos. Los más insolentes, o los más estúpidos, mandan una carta a la directora, y se montan una columna para que quede buen testimonio de su agudeza. ¿Sabéis esa gente que repite tres y cuatro veces el mismo comentario en una fiesta? Muy al estilo de la señora del Y modaba de La tarde con María. Te lo repiten con el tic en ojo, al borde del ictus, agarrándote de la manga desesperados por establecer contacto visual. Atenta, que te lo está repitiendo por si no te habías dado cuenta de lo ingenioso que era. Pues eso, ahí tenéis a un columnista.
Antes de que se me reboten los señores del bigotillo por la generalización, recuerden que estoy utilizando el masculino solo y exclusivamente por ser el género no marcado en español.
Imagínense a dos padres españoles pura raza sorbiéndose las lagrimillas: −Hay que ver lo listo que nos ha salido el niño Mari Carmen, que escribe sus cositas en un periódico y tó la pesca−. A mí me parece que con las opiniones pasa como con los coches en la autopista, que para evitar una catastrófe hay que establecer límites de velocidad. El problema reside en que mucha gente no tiene puesto radares, que por seguir con la analogía automovilística sería el sentido común.
Como en una clase de Primaria, aquí todo el mundo tiene algo que decir. Marta; la niña de altas capacidades infravalorada y Ramiro, el niño que se sigue comiendo los mocos en secreto. Los dos con la mano levantada, y la maestra sufriendo por decidir si deja hablar a la que seguramente vaya a aportar algo productivo o al que no se entera nunca de la misa la mitad. La profesora respira hondo, habrá que darle la oportunidad de que se exprese y con suerte acabe desarrollando pensamiento crítico. Un gesto a Ramiro, todos en silencio escuchando −maehtra, can ai gou tu de toile?−. En esta segunda analogía la clase es Twitter, Instagram, Facebook o cualquier otra red social, y la maestra no existe. La figura del moderador desaparece pero las opiniones de Ramiro no. Ahora ya mayor, se esconde tras la máscara del anonimato para justificar sus sandeces, pero se sigue comiendo los mocos porque le gusta el sabor.
Decía el príncipe Carlos José de Ligne, un señor al que le gustaba mucho hablar de sí mismo, que a los hombres se les puede dividir en dos categorías: los que hablan para decir algo, y los que dicen algo por hablar. A mi parecer muy poca gente pasa el corte de la primera categoría y si necesitan una prueba de ello, sencillamente relean el artículo.
Al igual que este señor, el contemporáneo grupo de música Ojete calor ya hizo referencia en su canción Opino de que al tema de Shakira y a lo de hablar sin razón. Hagan el favor de ser más como Marta o dejen las plataformas para la gente del primer montón, que los Ramiros ya tienen su momento en las cenas de Navidad, de empresa y cada vez que se acerca una votación.
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