Hace más de cuarenta años, cuando yo tenía 17, tuve mi primer trabajo remunerado: ejercí de profesor de Latín y Griego durante los meses de julio y agosto. Dos alumnas de Bachillerato del Instituto Padre Luis Coloma habían suspendido ambas asignaturas y yo acababa de terminar el COU. Por suerte, por mucha suerte, la aventura pedagógica salió bien y las chicas aprobaron en Septiembre las asignaturas que habían suspendido en Junio.
El asunto se empezó a fraguar al terminar el curso en una tiendecita de ultramarinos de la barriada de Vallesequillo, entre su clientela de madres y esposas de los maños que habían venido a trabajar en la Azucarera Jerezana. Aquella tiendecita la regentaba mi tío Manolo con la ayuda de Paquita (mi tía carnal, hermana de mi madre).
-Ay, qué disgusto, Virgen del Pilar. La chica, Manolo, que ha suspendido el Latín y el Griego. ¡Qué disgustico tenemos!
-No pasa nada, mujer. Ahora hay que buscar un buen profesor y ya verás tú cómo aprueba en Septiembre. Yo tengo un sobrino que es un fenómeno. El mejor de su curso. Y ha estudiado en los Marianistas.
-Ay, Manolo, ¿y tú crees que él podría ayudar a Pilar y a su amiga Rosa María?
-Pues claro, mujer. Un fenómeno. Serio, responsable… un fenómeno.
No puede rehusar. Pero todavía recuerdo la angustia que pasé aquellas tardes de verano cuando necesitaba preparar para el día siguiente las traducciones que yo había tenido como deberes durante el curso anterior. Y la satisfacción y la risa de mi tío Manolo cuando las chicas le enseñaron los aprobados. Posteriormente, durante su vida, disfrutó con orgullo de los logros de todos sus sobrinos, de sus nietos y de sus dos hijos, Antonio y Montse, farmacéutico y psicóloga. A los que animaba a estudiar y a no rendirse. Él sabía bien que este era el camino: no pudo ir nunca a la escuela, pero jamás se rindió. ¡Con ochenta años fue capaz de graduarse en la Universidad!
-¿No te lo dije? Es que es un fenómeno.
He conocido en mi vida pocas personas con tantas virtudes: era honesto, optimista, generoso, educado, afable, tenaz… y sumamente trabajador. Su vida toda fue un continuo esfuerzo para superar privaciones y sufrimientos extraordinarios, o mejor dicho, sufrimientos ordinarios en tantos pueblos de España durante la postguerra civil.
Su padre fue concejal de Izquierda Republicana en el Ayuntamiento de Guillena y, al parecer, eso fue delito bastante para ajusticiarlo y hacerlo desaparecer. También fue suficiente, al parecer, para encarcelar en la cárcel de Sevilla a su hermano, del que nunca más se supo. A su familia le confiscaron sus bienes, y su madre y sus hermanas sufrieron continuas vejaciones, humillaciones, insultos y maltratos. Para dejar atrás tanto horror y tanta infamia, emigraron a La Barca de la Florida, donde la familia pudo rehacer su vida.
Jamás le escuché un insulto para sus verdugos. Solo pidió ayuda para buscar los restos de su padre y de su hermano y darles sepultura. Y lo hizo con constancia y tesón, durante 14 años, desde 2002 a 2016. Pero el destino no le sonrió una vez más y jamás aparecieron. Finalmente y a duras penas acabó aceptándolo y se dio por satisfecho con el homenaje público que el Ayuntamiento de Guillena llevó a cabo hace unos años poniéndole el nombre de Concejal Antonio García “Botella” a una de sus calles, a propuesta de Asociación Trece Rosas de Guillena, una de tantas asociaciones para la recuperación de la Memoria Histórica que luchan por dar sepultura con dignidad a las víctimas del lado republicano. Y a la que animaba públicamente desde su muro de Facebook a persistir: “Os pido que sigáis luchando y esto no influya para nada, hay muchas cosas que hacer todavía, quedan bastantes desaparecidos que hay que encontrar”.
Que un hombre corriente muera no es ninguna noticia. A casi nadie le importa: no sale su vida por televisión, ningún locutor relata sus hazañas, nadie reconoce sus méritos ni expresa el pesar de sus conciudadanos. No hay salvas en su honor, ni crespones, ni catafalcos. Hace dos meses se fue un buen hombre. Un hombre con mayúsculas. Un hombre anónimo de los que hacen tanta falta para que un país sea un país mejor. Un patriota de los de verdad, a los que les sobran las banderas para ser un ciudadano ejemplar.
En cierto sentido mi tío Manolo fue un hombre corriente. Pero en otro sentido fue un hombre extraordinario. Descanse en paz, en el cielo que tanto esperó, en compañía de su hermano, de su padre y de su amada Paquita, su amor eterno.
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