Dice la madre naturaleza que los padres cuidan a los hijos. Y lo dice como una ley universal. En el conjunto de las especies de este planeta, esta ley solo contempla una excepción circunstancial: en la especie humana, cuando los padres llegan al final de sus vidas o muestran un nivel de dependencia grave por enfermedad, situación económica, etc. cuando sucede esto y los hijos son adultos, entonces, efectivamente, son los hijos los que deben cuidar a sus padres.
Este cuidado debido tendrá que insertarse en un contexto determinado de posibilidades económicas, de disponibilidad, tiempo, espacio físico, recursos familiares, número de hermanos, gravedad de la dependencia, estilo relacional de la familia, etc. No en todas las situaciones podrá adoptarse la misma solución. Y tendrán que ser los hijos y las hijas quienes tomen, en cada caso, la elección que consideren más eficaz para todos, entre dos polos extremos: la dedicación absoluta y la indiferencia absoluta.
Dicho lo anterior, quiero traer a colación la dificultad que presentan muchos hijos (generalmente, muchas hijas) para resolver este dilema, probablemente por la naturaleza del vínculo establecido con los padres a lo largo de su vida. Es decir, por su relación emocional con ellos. En este punto, pueden aparecer chantajes emocionales, conflictos no resueltos, agravios entre hermanos, obligaciones ligadas al género, preferencias, lealtades, mandatos esperados, expectativas frustradas… y un largo etcétera que vamos a denominar manifestaciones más o menos conscientes del conflicto de apego.
Pero, ¿por qué sucede que en ocasiones a los hijos les cuesta tanto hacerse cargo de sus padres? ¿Por qué pueden vivirlo como una cadena que les impide hacer su vida? ¿Por qué sufren o se enfadan ante los persistentes requerimientos de su madre o de su padre? Me refiero a una “dificultad” emocional, no económica ni funcional. (Obviamente, si algún hijo no tiene condiciones materiales para hacerse cargo de sus padres, sencillamente no podrá hacerlo, no me refiero a esa circunstancia). Todos tendremos alguna vez que afrontar el deber de cuidar a nuestros padres
Y tendremos que acertar para encontrar una distancia adecuada que nos permita hacer nuestra vida de manera independiente atendiendo a mis propios deberes parentales, profesionales, etc., sin sentirme un mal hijo. Y, por otra parte, necesitaré también prestar el cuidado necesario a mis padres sin sentirme esclavo de sus insistentes demandas.
Excuso decir que este conflicto atañe con mayor probabilidad y virulencia a las hijas que a los hijos porque la identificación de género y cuidado en el entorno familiar se ha construido tradicionalmente a espaldas de la mujer.