Uno de los grandes asuntos que -querámoslo o no- hemos de abordar en el tránsito a la edad adulta es la integración de las figuras paterna y materna. Obviamente, si eres hombre quizás tenga mayor relevancia la del padre y si eres mujer, la de la madre. Pero ambas presencias/ausencias serán definitivas en la evolución del niño hasta hacerse adulto. Hemos de tener en cuenta que hasta los siete u ocho años el mundo del niño se circunscribe casi por completo al universo familiar. Solo en la primera adolescencia empiezan a cobrar importancia los iguales o, mejor dicho, el grupo de los iguales externos (compañeros, amigos).
Es en la familia nuclear en donde el niño vive sus primeras experiencias y donde ejercita su primer aprendizaje sobre el dar y el recibir. Es el lugar en el que soy cuidado y soy reprendido, donde soy valorado o soy postergado, donde se espera de mí esto o lo otro…o donde nada se espera de mí. En este pequeño universo de relaciones emocionales, de relaciones de poder, de reparto de privilegios, de identidades y rechazos… en este pequeño/gran universo crecemos todos.
El niño es el mamífero más indefenso de la naturaleza. Por eso en su propio desarrollo tienen un papel determinante las figuras cuidadoras (padre, madre, abuela sustituta, abuelo ayudante, tía que por casualidad no se llegó a casar, hermana mayor madrecita a tiempo parcial… etc). Y, efectivamente, cuando hablamos de “figuras cuidadoras” no me refiero sólo a las personas que dicen sí, sino también a las que dicen “no”, porque proteger y cuidar tiene que ver con el amor y con los límites y normas. Tan negligente puede ser una familia por conductas de abandono como por conductas de sobreprotección. Un equilibrio dinámico entre ambos referencias será imprescindible para conseguir una maduración apropiada.
En este equilibrio dinámico y muchas veces inestable debe formarse su carácter y su universo emocional. La sombra del padre y la sombra de la madre jugarán un papel casi definitivo en el resultado final. Habrá sombras que serán puentes y otras que serán abismo. Con ellas -o a pesar de ellas- tendremos que construir nuestro destino, encontrar el sentido de nuestra vida.