La pared

En lugar de contratar a más personal, parece que la solución es, como siempre, utilizar de la peor forma posible los avances tecnológicos

Foto busto

Filólogo, autor de varios libros de poesía

Carta digital que se ofrece a los comensales en un restaurante.
Carta digital que se ofrece a los comensales en un restaurante. MANU GARCÍA

Hoy me he llevado una decepción. En la cafetería a la que voy siempre a desayunar los sábados, me he encontrado una pequeña tarjeta en la que, en letras mayúsculas, ponía: “Tu pago sin esperas”. A continuación, se numeraban los pasos a seguir para realizar correctamente el pago de nuestra consumición tras escanear un código QR. Nos quitaban, así,  la engorrosa necesidad de levantarnos y pedirle educadamente al camarero la cuenta, hacer el pago mientras se comparte alguna que otra palabra de cortesía y una sonrisa de despedida acompañando un hasta luego. Un trámite durísimo –Vietnam fue una fiesta de cumpleaños en comparación– que, al fin, nos ahorran. Al principio, no lograba entender el porqué de esta repentina necesidad, pero, entonces, caí en la cuenta de que la semana pasada estuve allí y tardaron cerca de un cuarto de hora en atendernos: la sala estaba completamente abarrotada, y había solo cuatro camareros para atender todas las mesas. Unas treinta. 

En lugar de contratar a más personal, parece que la solución es, como siempre, utilizar de la peor forma posible los avances tecnológicos. No solo para enmascarar la realidad, sino para, encima, por el camino, deshumanizarnos un poco más. La tecnología, a menudo, se ha convertido en obstáculo para las relaciones humanas desde que entró en nuestras vidas. Puedes acercarte a un cajero automático para sacar dinero en efectivo y, acto seguido, ir al supermercado más cercano y hacer tu compra pasando por una caja automática; luego, puedes ir al McDonald's y hacer tu pedido marcando en una pantalla táctil lo que deseas. Y todo ello sin hablar con nadie. Bueno, miento: después de pedir en McDonald's, tendrás que esperar a que el empleado de turno diga tu número de pedido, y ahí sí que no podrás evitar el típico: “–Soy yo —Aquí tiene –Gracias”. Por ahora, al menos. 

¿Y todo por qué? Para ahorrar, claro: ellos ahorran y nos venden –y nosotros lo compramos encantados– comodidad. Y es que estamos todos de acuerdo: es más cómodo, sin duda. Te vas a la aplicación o máquina, te lo guisas y te lo comes. Y no tienes que molestarte en tratar con el otro, ni tienes que esperar cola, que todos estamos con mil cosas que hacer siempre. En fin, ya lo decía Bambino: “Esa maldita pared que separa tu vida y la mía. Esa maldita pared que no deja que nos acerquemos”. Esa maldita pared que, poquito a poco, sin que nos demos cuenta, nos va dejando un poco más solos cada día. Nos va volviendo más ensimismados, menos tolerantes. Nos va volviendo un poco menos humanos. Nos hace  –eso sí– estar cada vez más cómodos.

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