Todo plan estratégico tiene un objetivo. Y es ahí donde debemos colocar el foco para atar cabos en la guerra del Partido Popular. Para sorpresa de nadie, el de Pablo Casado es la Moncloa. Como cualquier otro político voraz e insaciable de poder, todo sacrificio sería poco para lograr su ansiado propósito. La instauración del noísmo por antonomasia hacia el Gobierno y un discurso cada vez más al borde del precipicio derecho lo constatan. Además del abandono al sentido de estado. En la hambruna de poder, como defendía Maquiavelo, el fin sí justifica los medios.
La sombra de Díaz Ayuso era aguantada, e incluso abrazada, por pura necesidad. Cuestionaba su liderazgo pero hacía resistir a los populares en su segunda mayor crisis institucional tras los atentados de Atocha en 2004 gracias a su triunfo en Madrid. También necesita a Núñez Feijoo. El último árbol en pie del viejo PP, especialista en hablar desde el burladero.
Con unos intereses tan supeditados a su objetivo, jugar a quitarse los bozales para ser mordido por el paladín del partido carecería de sentido. Muy bien atado debe tenerlo.
A su vez, la duda surge al no facilitar a la fiscalía la información de la corruptela de la presidenta de Madrid. Si los hechos expuestos son ciertos, Casado cumplió en términos internos pidiéndole explicaciones en varias ocasiones. Eso le da vía libre total para denunciarlo ante la justicia y matar dos pájaros de un tiro. Decirle adiós a su máxima contendiente y aferrarse al compromiso del nuevo PP contra la corrupción. Esa que le sacó de la Moncloa con la moción de censura, podría darle el último empujón necesario para recuperarla a golpe de confianza, transparencia y liderazgo.
Pero huele a que algo más gordo hay detrás de Ayuso. Algo que se nos escapa y cuya envergadura es tal que podría reventar el partido. La reunión post bombardeo demuestra el temor de la presidenta. La frialdad que le caracteriza le hubiera impedido acudir si así no lo fuera. Por eso lanzó la ofensiva a Casado. Porque ser el primero en colocar el mensaje te da puntos de credibilidad. Y porque la mejor defensa es un buen ataque.
Previamente, en su comparecencia, se había refugiado en la Comunidad de Madrid. Un uso indiscriminado de la marca institucional como blanqueo individual. No soy el Partido Popular, tu presidenta.
Tráfico de influencias al margen, la ética moral debería ser suficiente para poner fin a su carrera. Si no en la autocrítica, en las urnas. Solo el fanatismo popular - tan ciego como harto de la política convencional - puede salvarle del abismo. Y probablemente lo haga, con independencia del partido al que pertenezca. Eso o un perdón de Génova que interese al bienestar del partido y, por tanto, al de Casado. Sea como fuere, rebajar la tensión no soluciona el problema de fondo.
El poder exige sacrificios y decisiones. Y Casado, por lograrlo, al igual que la gran mayoría de políticos voraces - Ayuso incluida -, está dispuesto a todo. Enfrentarse a sus adversarios o incluso abrazarlos dependerá del objetivo. La parodia Maquiavélica continúa.