El parque temático del asco

En aquellos años, cuando era una niña y no conocía 'Parque jurásico', Ana Obregón me inspiraba desconcierto y pereza. Ahora solo siento asco por sus terribles y excéntricos desvaríos

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Directora de Radio Unizar. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

El doctor Ian Malcolm. DINOSAURIOS.WIKI

Cuando descubres tarde una película tan imprescindible como Jurassic Park suele tener consecuencias. Te preguntas cómo no la viste en su momento, cuando eras apenas una niña, y la respuesta siempre es la misma: nunca me atrajeron los dinosaurios, ni la ciencia ficción, ni la grandilocuencia, ni quien se alza como la máxima expresión de todo ello: Steven Spielberg. Por eso necesité muchos años y algún que otro soborno para ponerme con ella ―reconozco que me daba más pereza que los posados en bikini de Ana Obregón―, pero cuando lo hice me hechizó para siempre. Ese despliegue de tecnología futurista, dilema bioético y bajos fondos del ser humano me mantuvo sin parpadear 127 minutos. Sé que a la mayoría lo que le seduce es descubrir si un dinosaurio se comerá o no a los nietos del señor Hammond, pero a mí me puede el conflicto moral. Eso es lo que me da más vidilla. 

Los personajes de esta cinta perfecta son en suma inolvidables, pero si hay uno que rebosa carisma ese es por supuesto el doctor Ian Malcolm, el mítico teórico del caos. Al científico lo habían invitado a visitar el parque junto al paleontólogo Allan Grant y a la experta en flora prehistórica Ellie Satler. Buscaban de ellos un aval de cara al gran público. Lo que en 1993 correspondía a los académicos hoy sería cometido de los influencers. El caso es que, como de sobra saben, el estridente proyecto faraónico del parque temático jurásico no salió bien, pero lo más interesante de toda la historia para mí es cómo llegaron a crearlo. Resulta que consiguen secuenciar en un laboratorio el ADN de uno de estos reptiles fósiles, y van clonando a partir de él para obtener nuevas crías que pueblen la isla. Creen tenerlo todo controlado porque se aseguran de eliminar el cromosoma Y de la secuencia para que todos los dinosaurios sean hembras y no puedan reproducirse. Sin embargo, como la vida siempre se abre camino, la naturaleza obra el milagro y la cosa se descontrola un pelín. No digo más. 

Ante el despropósito que representaba devolver a la vida a una especie extinta, extremadamente peligrosa e imprevisible, el doctor Ian Malcolm se dedica a alertar al ricachón promotor del parque sobre las consecuencias de su peregrina ocurrencia: “A sus científicos les preocupaba tanto si podían o no podían hacerlo que no se pararon a pensar si debían”. Esta frase es el origen de todas las preguntas importantes que muchos nunca llegan a plantearse. Cuando a un rico con tan pocos escrúpulos como masa gris se le mete una excentricidad entre ceja y ceja, lo menos importante suele ser la cuestión ética. Su conciencia está reconfortada simplemente por el hecho de que la empresa sea factible. Poco importa que sus actos sean indecentes, impúdicos o aberrantes. Nada importa que su trastornado juicio acarree consecuencias nefastas para otro ser humano. Si se puede pagar, se puede tener. 

En aquellos años, cuando era una niña y no conocía Parque jurásico, Ana Obregón me inspiraba desconcierto y pereza. Ahora solo siento asco por sus terribles y excéntricos desvaríos. Una pena que, para paliar la soledad, no le diera por ponerse a ver la obra maestra de Spielberg o por charlar un ratito con Ian Malcolm.