Hay una fuerza de la voluntad que, a veces, me impulsa ciegamente a elegir soluciones complicadas aún sabiendo en parte que lo son.
Lo que dice Descartes –y el racionalismo en general- es que el incauto, el que es seducido por la apariencia, es menos inocente de lo que a simple vista parece y que, en cierta medida, el dejarse llevar forma parte del juego. Dicho a bocajarro, que el error es voluntario.
Efectivamente, si solo hay error en el juicio y éste depende de la voluntad, la deducción parece clara. Así expresado suena escandaloso pero ¿cuántas veces no se ha cumplido la sentencia latina (video meliora proboque deteriora sequor) según la cual veo lo mejor y sin embargo sigo lo peor?
Hay una fuerza de la voluntad que, a veces, me impulsa ciegamente a elegir soluciones complicadas aún sabiendo en parte que lo son. Y no es que me sienta arrastrado sino que me abandono (más o menos) consciente y voluntariamente en territorios inhóspitos, en relaciones insanas que fomentan la dependencia o, incluso, el maltrato. Aún a riesgo de correr un grave peligro.
El dominio de la voluntad y del deseo (el primer paso de lo que los sabios griegos denominaban “ataraxia”) no solo es la prioridad en el camino ascético, sino de cualquier conversión al sosiego, a la lentitud, al silencio, a la paz interior. Pero para dar este paso es imprescindible saber quiénes somos, tener presente el mapa de nuestra propia biografía personal. Saber qué sentido tiene lo que nos sucedió. Por qué nos pasó lo que nos pasó. Y no me refiero solo a los hechos sino principalmente a las emociones que les acompañan.
A veces da la impresión de que Descartes llevaba razón al afirmar que el error es voluntario. O que nos tapamos los ojos al tiempo de que nos quejamos de que no vemos. Pero esto es siempre la paradoja de nuestra conducta: deseamos tomar la vida en nuestras propias manos pero acabamos enredados de nuevo en este circuito inexorable que nos ocasiona tanto sufrimiento y que cuando lo reiniciamos por enésima vez ya sabemos cómo va a finalizar. Sin embargo, decidimos insistir una vez más en esa alternativa que nos ocasiona pesar y tristeza. Y nos decimos a nosotros mismos que “caemos de nuevo”. ¿Caemos o nos tiramos? No es lo mismo caerse que tirarse. El caso es que, cada vez, nos sentimos más dentro del pozo. Aunque a veces desearíamos salir a la luz del sol.
Es verdad que cualquier escalera tiene muchos peldaños pero la persona que consigue subirla tiene que comenzar –inevitablemente- por subir el primer escalón. Incluso las mayores alturas, las montañas más elevadas del Himalaya, se han escalado con una técnica tan antigua como el tiempo: paso a paso y uno detrás de otro. No existe otra manera.