Hace unas semanas se celebraban en el barrio de San Miguel las I Jornadas de Uso del Espacio Público. Además de poner en valor un barrio del casco histórico y evidenciar la soledad de sus habitantes en su lucha diaria por mantenerlo vivo, fue un auténtico disfrute pasear por un barrio lleno de niños que hacían suya la calle. Risas, juegos, carreras… pura vida.
Esto me hizo pensar en Tonucci y su proyecto de Ciudad de los Niños, esa idea maravillosa de construir una ciudad con los niños como punto de referencia. Para quienes no lo conozcáis, Francesco Tonucci es un pensador, psicopedagogo y dibujante italiano (es posible que hayáis visto alguna de sus viñetas como Frato), que en 1991 puso en marcha en Fano, su ciudad natal, la idea de construir una ciudad pensada para ellos e incluso por ellos. Tonucci defiende la necesidad de espacios donde los niños puedan hacer lo que quieran (dentro de un control social) frente a los espacios construidos en las ciudades donde se les niega la posibilidad de vivir experiencias solos, la posibilidad de jugar, de aprender y de hacerlos personas autónomas. En definitiva, se trata de defender que las ciudades se transformen en lugares donde los niños puedan ser niños. Niños felices. Tonucci propone que incluso se tenga en cuenta lo que ellos piensan, apelando al artículo 12 de la Convención de los Derechos del Niño de Naciones Unidas, que dice que los pequeños tienen el derecho a expresar su opinión cada vez que se tomen decisiones que les afecten y esa opinión hay que tenerla en cuenta.
Mi padre vivía de niño en la calle Letrados. Siempre refería sus juegos en la Alameda Vieja, la plaza de la Asunción y la plaza del Progreso y su sensación de seguridad y de libertad. Los tiempos han cambiado. Las costumbres han cambiado. Los padres hemos cambiado. Se ocupan espacios que debían ser de todos y lo asumimos como normal. Nos invaden los coches. Se canjean zonas verdes por aparcamientos. Nos acostumbramos a vivir en magníficas zonas residenciales que acotan los recintos de juego de los niños y colocan carteles de prohibido jugar a la pelota. Nos empeñamos en no dejarles hacer. Miramos para otro lado y no hacemos ruido exigiendo una ciudad construida para ellos. Como dice Tonucci, “la calle es peligrosa porque no hay niños". Y eso no debíamos permitirlo.
La ciudad es la urbs, la civitas y la polis. Es el espacio construido, es la realidad social de los ciudadanos que viven en ella y es una unidad político administrativa. Y todos los elementos deben tenerse en cuenta a la hora de su planificación. Los niños son ciudadanía, ¿se les tiene en cuenta? Recuerdo una conversación con una librera en la que me decía que ya se había cansado de regalar “La ciudad y los niños” de Tonucci a cada nuevo gobierno municipal que llegaba al Ayuntamiento. Yo también reivindico que debía ser de obligada lectura. Reivindico espacios públicos amables. Ciudades en las que de gusto pasear. En las que los niños se muevan libres porque están pensadas para ellos. Ciudades verdes. Ciudades seguras. Ciudades de los niños.
Desde que mis hijos eran pequeños he intentado que disfrutaran de los espacios que les brindaba la ciudad, que valoraran el espacio público como sitio de todos. Y eso desde el convencimiento de que la ciudad entera debe ser de los niños y a pesar de vivir en una ciudad en la que Tonucci vería importantísimas carencias. Con mi actual trabajo lo hemos tenido más fácil, mis hijos han ganado muchas cosas, una de ellas el haber incorporado la plaza del Progreso a su rutina diaria. Han ganado libertad, juegos, amigos, confianza, experiencias, vida en la calle…Ahora son más niños “de la calle”. Y que cada uno reflexione sobre por qué tengo que entrecomillarlo y las connotaciones de ser “de la calle”.
Uno de mis cuentos favoritos del maestro Gianni Rodari es ¿Quién quiere comprar la ciudad de Estocolmo? Cuenta la historia de un barbero italiano que compra la ciudad de Estocolmo a cambio de un corte de pelo y una fricción. Convencido de que la ciudad es suya, viaja a Suecia para conocerla y queda encantado por haberla conseguido a tan buen precio. Rodari, genial como siempre, acaba el cuento así:
“Pero en cambio se equivocaba y le había costado demasiado cara. Porque el mundo es de todos los niños que llegan a él, y para tenerlo no hay que pagar ni un céntimo; sólo hay que arremangarse, alargar las manos y tomarlo”.
Tomemos nota y empecemos porque las ciudades sean suyas.
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